Llego a casa y veo que tanto mi padre como Valentina salieron. La camioneta no está estacionada y la comida está a medio hacer, con suerte apenas apagaron la estufa. Me asomo a una cacerola, el interior tiene algo extraño que desprende un olor a quemado. Si eso se supone que es lo que comeríamos hoy, supongo que lo daremos por perdido. Tomo la cacerola por el mango y lo tiro a la basura.
Saco del congelador un paquete de macarrones con queso para calentarlo y comer. De por sí soy mala cocinando, no tengo ganas de ponerme a preparar algo que seguramente terminará con sabor rancio. Prendo el microondas y espero, paciente, a que la comida esté lista.
Me acerco al frutero y veo la perfectamente alineada pila de manzanas, vaya, Valentina debió tardarse mucho en arreglar eso. Solo para molestar, tomo una de las de en medio y la saco con fuerza. La pila se cae, pero vuelvo a acomodar todo en su lugar. Estoy idiota, las manzanas se golpean.
Estoy acomodándolas, cuando una de ellas resbala de