En el Ártico me obligué a mantenerme ocupada.
Con Ava contemplé las auroras, y subimos a un barco científico para seguir ballenas y focas.
Llené la agenda de planes para no dejar espacio a los recuerdos. Tampoco desbloqueé su contacto, pese a la exigencia de Ethan.
Ava, sin embargo, me mostraba a ratos los tuits de él y Sylvia.
Sé que se lo están pasando de maravilla en Suiza.
Lo raro es… que Ethan casi nunca tuiteaba ni compartía su vida. Pero, últimamente, sube uno diario.
A veces, vistas aéreas del glaciar Aletsch. Otras, la torre de la Catedral de San Pedro.
Aunque ya no lo sigo como antes, numerosos amigos me preguntan por qué no fui a Suiza con él, pero en muchas fotos aparece con Sylvia a su lado.
Antes, ese lugar era mío.
Sin saber qué decir, respondo que le prometí este viaje a Ava.
Cada vez que alguien menciona a Ethan, siento un pinchazo en el pecho. Pero ya no rehúyo su nombre: me repito que, tras el síndrome de abstinencia, podré dejarlo atrás.
Llevamos casi dos meses sin hablar. Es la pelea más larga desde que nos conocemos. Antes, después de tres días como máximo, yo corría a reconciliarme.
El tiempo lo cura todo, y, entre excursiones superé, la fase más dolorosa.
Poco a poco, mi mente dejó de girar en torno a Ethan y empecé a disfrutar de verdad los paisajes árticos.
Fue entonces cuando Ethan volvió a llamarme.
—Cynthia, ¿cómo pudiste irte al Ártico a mis espaldas? ¿No habíamos prometido ver las auroras juntos?
Ni siquiera él notó que en su voz se colaba una pizca de cautela, una emoción que nunca había mosteado hacia mí.
—Ya recibí la carta de aceptación de Caltech; supongo que la tuya también llegó. Cuando regreses tengo un regalo para el inicio de clases.
Reprimí el impulso de colgar.
—No pienso volver; iré directo a la universidad cuando empiece el semestre, así que no te preocupes.
—¿Hasta cuándo vas a seguir, Cynthia? Me bloqueaste por todos lados y yo ni te reclamé. Ya estoy cediendo, ¿qué más quieres? —me gritó, antes de añadir con frialdad—: Si no regresas, no vuelvas a buscarme jamás.
Colgó.
Escuché el tono de línea ocupada, suspiré y bloqueé ese número, antes de seguir haciendo la maleta.
La verdad es que les mentí. Pensaba volver a casa, solo que no quería que Ethan lo supiera.
Entonces papá me llamó.
Habían recibido la confirmación de mi admisión al MIT y el recibo de la matrícula. Fue entonces cuando supieron que había cambiado de universidad.
Mis padres se sorprendieron; daban por hecho que escogería la misma escuela que Ethan.
—¿Peleaste con Ethan? Tomaste la decisión sin decir nada.
—No queremos interferir —dijo mamá—, pero tememos que lo hayas hecho solo por enojo. Si luego te arrepientes y quieres estudiar con Ethan, será complicado.
Los notaba intranquilos y, para no esconder más, decidí aclararlo todo.
—Ethan ya tiene novia. Seguir pegada a él es incómodo. Necesito mi propia vida, no girar alrededor de la suya. Ava irá conmigo al MIT, así que no estaré sola. Ethan aún no sabe nada; por favor, guárdenme el secreto. No quiero verlo antes de irme.
Intuyeron que Ethan me había lastimado y, como no quise profundizar, no insistieron. Respetaron mi decisión y prometieron guardar silencio.