Capítulo 4 – A golpes.

Dos semanas habían pasado, en mi perfecta vida. La adoraba, a pesar de no estar rodeada de los míos, entendía que la vida que nos toca vivir es tal como es, no puedes quejarte y estar triste por mucho tiempo, porque nada cambiará si haces eso, debes ser tú el que cambie tu vida, la convierta en lo más cercano a lo que quieres.

Sonreí, recordando a papá, sabía que estuviese dónde estuviese… estaría orgulloso de mí.

La clase práctica de ese día trataba sobre el minimalismo, y mientras me daba una vuelta por los diseños de algunos de mis alumnos, sólo podía sentirme orgullosa de ellos. Todos parecían tener gran talento para la moda, no había más.

Mi favorita siempre sería Andrea, que había captado maravillosamente el mensaje. Era muy de mi rollo, para que nos vamos a engañar, y, además, era andaluza, eso me conectaba con esa parte de mí, que tantos problemas me dio en el pasado, pero que, a día de hoy, adoro.

La hora llegó y todos recogieron sus diseños, guardándolos en el armario de la esquina, con la intención de seguir al día siguiente. Uno a uno se despidieron y se marcharon de la clase, mientras yo ordenaba aquel caos en mi escritorio, antes de apagar las luces y marcharme a casa.

Guardé la llave de la academia en el bolso, justo después de cerrar. Era tarde, cerca de las diez de la noche. Estaba realmente cansada aquel día, pero aún tenía que pasarme por el taller de Paula a coser el vestido de novia, estaba quedando realmente precioso, y quería tenerlo listo, antes de que se me olvidasen las mejoras que quería hacerle.

Sonreí, colgándome de forma correcta el bolso, echando a andar hacia la avenida. Hacía una bonita noche, el clima era agradable y la brisa que corría era apenas imperceptible. Me encantaba aquella sensación.

El clima en Barcelona suele ser mucho más soportable que el de Cádiz. Recuerdo mis vacaciones allí… siempre terminaba pegajosa y sudada.

Esos recuerdos siempre terminaban inundando mi mente, sin importar qué.

Caminaba, despreocupada y feliz, tanto, que ni siquiera me di cuenta de que un apuesto ejecutivo salía del hotel que había unos metros por delante de mí, molesto con su última reunión, que se había alargado más de la cuenta.

Se rascó la cabeza, alborotándose los cabellos que estaban perfectamente peinados, por los que tuvo que colocarlos en su lugar con rapidez. Levantó la cabeza, encontrándose con la más bonita imagen que pudo haber imaginado, olvidándose de todos y cada uno de sus problemas. La forma majestuosa en la que se movía, como si lo hiciese a cámara lenta, luciendo despreocupada y tranquila.

Giré la cabeza, volviendo a mirar al frente, olvidándome de mis días en la “tacita de plata” tan pronto como encontré delante de mí la peor pesadilla que podría imaginar.

Tragué saliva, bajando la mirada con rapidez, aceleré la marcha, más que dispuesta a pasar de largo, y dejar atrás a ese idiota.

¡Dios!

¿Por qué la vida me castigaba de esa forma?

Cuando te golpean te levantas y sigues luchando. Eso es lo que había aprendido con el paso de los años, pero aquello … ya me parecía de risa. ¿por qué la vida se empeñaba en ponerlo en mi camino, una y otra vez?

Hacer como si no le conociese, eso pretendía hacer.

– Espera – dijo una voz a mi lado, mientras su mano se enredaba en mi muñeca. Me detuve, soltándome de su agarre, molesta con su atrevimiento. Pero … ¿qué se había creído ese cretino? – hablemos.

Me reí, sin ganas, dando un paso para seguir con mi camino, volviendo a ser detenida por ese idiota. Enfadándome incluso más.

¿Por qué no podía dejarme en paz?

Le observé, esa mirada de prepotencia que se fijaba en mí, ese rostro perfecto, con esa sonrisa más que perfecta.

¡Dios!

¡Me enfadaba!

¡Me ponía de los nervios!

Tan sólo quería hacer lo que fuese, cualquier cosa para bajar esos humos que se gastaba.

¿Qué le daba derecho a retenerme de esa manera?

– Suéltame – ordené, pero en lugar de hacerme caso, sólo afianzó su agarré un poco más - ¿no vas a soltarme? – toda yo temblaba, de rabia. No os podéis ni imaginar lo mucho que odiaba a ese idiota, lo mucho que necesitaba borrar esa sonrisa de su rostro – no tengo nada que hablar contigo – insistí, para luego ayudarme de la otra mano para alejarle de mí – si vuelves a aparecerte frente a mí, en el futuro…

– ¿Qué? – porfió, dando un paso más hacia mí, como si pretendiese acobardarme, entrando en mi espacio personal - ¿qué vas a hacer? ¿Eh?

Di un par de pasos hacia atrás, fijándome en el brillo de su mirada, recordando cada humillación, haciéndome palidecer.

No – me detuve a mí misma, antes de haber quedado desarmada frente a él – esta vez me defenderé.

Le crucé la cara, sin tan siquiera pensármelo, ladeándola, sorprendiéndole tanto, que se quedó sin saber qué decir durante unos minutos. Nuestras miradas se cruzaron, pero él no dijo nada.

– ¿Qué? ¿Me vas a decir que no lo merecías? – apretó los labios, molesto, negando con la cabeza, mientras yo masajeaba mi mano, el bofetón que le di había sido tan fuerte, que incluso me picaba a mí – haz como si no me conocieras, la próxima vez…

– Lo merecía – aceptó, contestándome a la pregunta que le había hecho, dejándome sin argumentos para seguir atacándole – me comporté como un capullo contigo, en el pasado… - abrí la boca, sin dar crédito, no esperaba una disculpa por su parte, no era algo que necesitase.

– Si crees que esa estúpida disculpa va a servirte de algo… - sonrió, divertido, como si la situación le hiciese gracia, poniéndome incluso más furiosa. Se veía a leguas que sólo se estaba burlando de mí, una vez más. Levanté la mano, dispuesta a golpearle de nuevo, pero él fue más rápido aquella vez, y detuvo el golpe a tiempo, aferrándome a él – suéltame.

– Realmente odio a las mujeres como tú – aseguró. Sonreí, sin ganas, intentando soltarme, lográndolo con éxito.

– Es algo mutuo – contesté, sonrió, como si no me creyese – te odio, Darío – declaré, antes de seguir con mi camino. Pero, de nuevo, ese idiota, quería hacerme las cosas difíciles - ¿qué haces? – me quejé, en cuanto me agarró de la muñeca y tiró de mí, conduciéndome al interior del hotel por el que él acababa de salir - ¡Suéltame! – repetía, una y otra vez, golpeándole el brazo con la otra mano, sin conseguir absolutamente nada. Mientras él seguía avanzando, hasta entrar en una sala de reuniones, mirando hacia el encargado de esta.

– Voy a necesitar la sala un poco más – el otro asintió, marchándose sin más, dejándonos un poco de intimidad. Me soltó entonces. Le crucé la cara, sin tan siquiera dudarlo, molestándole.

Me agarró de los brazos, sin previo aviso, pegándome a la pared, sorprendiéndome con el impacto. Lucía terriblemente enfadado, cuando habló su voz temblaba de ira.

– No vas a volver a ponerme una mano encima, ¿me has entendido? – le escupí en la cara, como respuesta, enfureciéndolo aún más - ¿Crees que no voy a devolverte el golpe la próxima vez? ¡Lo haré! ¡Y me da igual que seas una mujer!

– ¿Ahora también vas a pegarme? Ya no te basta sólo con humillarme delante de toda la clase y hacerme la vida imposible, ahora también tienes que … - me atreví a levantar la mirada y le observé, lucía terriblemente apuesto desde aquel punto. ¡Dios, María! ¿Apuesto? ¡Vuelve a tus sentidos de una vez! ¡Qué no te engañe su apariencia!

– ¿Te humillaba? – preguntó, como si las cosas hubiesen pasado de forma distinta - ¿y tú? ¿qué me hacías tú? – No entendía a qué venía esa pregunta de m****a, porque yo nunca le hice nada - ¡Joder! – se quejó, frustrado, alejándose de mí, sacudiéndose el cabello, maldiciendo por lo bajo una y otra vez, hasta que nuestras miradas volvieron a cruzarse. Pero ya no era el mismo tipo de hace un momento. Su rostro había cambiado, el malestar que antes había inundado su cuerpo ya no estaba, siendo remplazada por la tristeza.

Lucía derrotado, como jamás pensé ver a Darío Espier.

Caminó hacia mí, asustándome, deteniéndose a tan sólo un par de pasos, cuando habló ni siquiera reconocía al hombre que tenía delante.

– Está bien… - aseguró, resignado - Golpéame – le miré, con ojos como platos, sin entender su actitud. Estaba segura de que era un truco, pero … ¿qué quería conseguir? Quizás… ¿quizás pensaba que no iba a atreverme? – si eso te hará sentir mejor… - volví a golpearle, con la mano abierta, ladeando su rostro con la fuerza con la que lo hice. Sonrió, agradecido, volviendo a mirarme – más fuerte – pidió. ¿Por qué? ¿por qué seguía actuando así? – utiliza tus puños esta vez – di un par de pasos hacia atrás, sorprendida por la certeza de sus palabras, como si él realmente quisiese que lo hiciese – ¡Golpéame de una vez, joder! – negué con la cabeza, sin entender absolutamente nada – ¡Soy yo! – admitió, acercándose a mí, mientras yo negaba con la cabeza - ¡Soy el cabrón que te humilló, te insultó, y te hizo la m*****a vida imposible, durante toda la secundaria! – estaba perpleja, porque jamás esperé una reacción como esa.

– He terminado – le dije. No iba a golpearle. Yo no era ese tipo de persona. Yo no…

– Pensé que tendrías mucho más que dar, al tipo que destrozó tu vida – sucedió entonces, una guerrera que había dentro de mí se apoderó de mi voluntad, una que jamás había visto hasta ese momento, y le dio un puñetazo en la cara, haciendo que sonriese, agradecido. Me di la vuelta, con rapidez, tocándome el puño, pues había dolido más de lo que esperaba. ¿Qué demonios sucedía conmigo? Yo no era así – María – me llamó, justo cuando apoyaba mi mano en el pomo de la puerta. No me gire a mirarle, aún me sentía demasiado avergonzada. No era yo misma, y tenía un enorme nudo en mi garganta que no me dejaba respirar tranquila – no dejes de odiarme nunca – ladeé la cabeza, observándole allí, con el rostro entristecido.

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