Capítulo 3 – Tropezón.

Daba vueltas a la ensalada, no tenía ni un poco de hambre, no podía quitarme de la cabeza su apuesto rostro, esa pose de dios griego que me encantaba, ese…

– ¡Qué callada estás, María! – se quejaba mi prima, haciendo que levantase la cabeza para mirarla - ¿en qué piensas? – me encogí de hombros, soltando el tenedor, dando un largo sorbo a la copa, comenzando a toser tan pronto como sentí aquella bebida en mi garganta. Miré hacia la mesa, comprendiendo que era lo que ocurría, había cogido la copa de vino de Camila, en vez de mi agua.

– ¿Cómo puedes beber esta porquería? – me quejé – está asquerosa – ambas rompieron a reír, yo era demasiado despistada.

– Deberías haber pedido algo más que una simple ensalada – me decía Camila, mirando hacia el resto de las mesas – encima que tu prima nos ha invitado a un restaurante de lujo, y vas tú y …

– No tengo mucha hambre – contesté. Y era cierto. Ladeé la cabeza, despreocupada, observando aquel bonito jardín de diseño, junto a una fuente barroca con agua y luces, preciosa. El lugar era muy lujoso, pero Paula había insistido, a modo de celebración.

– ¿Qué pasó con el millonario que iba a encargarte el traje del padrino? – quiso saber Camila, sin querer perderse ese jugoso cotilleo que mi prima nos contó unas semanas atrás. Esta sonrió, divertida, mientras yo seguía curioseando por el lugar, dando vueltas a la ensalada, sin la más mínima intención de comerla, se me había cerrado el estómago.

– No termina de decidirse – aseguraba – viene todos los viernes y se prueba un montón de trajes, pero al final, no se queda con ninguno…

– ¿No será que lo pone como excusa para ir a verte a ti? – sugirió mi amiga.

– ¡Es imposible que ese sea el caso! – añadía Paula – el tipo tiene novia.

– ¿Y eso qué tiene que ver? – mi prima se encogió de hombros – Además, si tiene novia… ¿por qué nunca se ha presentado con ella allí? Puede que lo haya dicho para no parecer un desesperado y … - desconecté, no tenía la más intención de conocer más información sobre aquel tipo, y me fijé en una de las mesas del fondo, justo la que estaba detrás de la fuente, pues una bonita risa llenaba el lugar, una voz que reconocí en seguida. Era Neus.

Sonreí, entusiasmada, esa chica me caía bien.

Quizás estaría almorzando con su prometido… Eso me animó un poco más, ponerle al fin cara al muchacho con el que iba a desposarse, pero al estirar el cuello un poco más… le vi. Y no, no era su prometido, era el idiota de su hermano.

Mi corazón se detuvo, incluso me faltó el aliento en cuanto vi su sonrisa, escuchando todo lo que su hermana pequeña le decía.

¡Oh m****a! ¡De entre todos los restaurantes a los que podríamos haber ido! ¿Por qué tuve que acabar justo en el mismo en el que estaba ese imbécil?

El miedo pronto empezó a envolverme. Y la razón era más que obvia: ¡No quería encontrarme con ese imbécil, no quería tener que romperle la cara!

De normal soy una mujer civilizada, que odia la violencia, pero … me habéis cogido en mis peores días. De todas formas… ¿qué haríais vosotros si os encontraseis con el idiota que os hizo la vida imposible en el instituto?

– Debería irme – lancé, sin tan siquiera pensarlo, mirando hacia ellas, haciendo que me observasen sin comprender, dejando de hablar del tema que las acomedía – tengo mucho trabajo y … - Camila agarró mi mano antes de que pudiese haber pensado en levantarme, si quiera.

– ¿Qué es lo que te ocurre hoy? – se quejaba – parece que has visto un fantasma – se giró para mirar hacia nuestro alrededor, sin ver nada, volviendo luego a fijarla sobre mí – además, hoy no tienes que trabajar. ¿recuerdas?

¡Mierda! ¡Tenía razón!

¿Qué excusa iba a poner entonces?

– Aun así, debería ir a casa, tengo montones de cosas que hacer – insistí, Paula negó con la cabeza y Camila me asesinó con la mirada – de verdad, tengo que …

– ¿Cómo estuvo la fiesta de reencuentro? – quiso saber mi prima, ignorando por completo mi comentario sobre irme. Siempre estaban igual - ¿os encontrasteis con el famoso “Manuel”?

– No h**o manera – contestó mi amiga, mientras yo recordaba como acabó la noche anterior, metiéndome en aquella conversación, olvidándome un poco de que Darío estaba cerca.

– Terminó liándose con un idiota – añadí, mientras Camila me daba un manotazo en el brazo. Rompí a reír, mientras Paula la miraba con ojos como platos, sorprendida – si no llego a intervenir… se habrían acostado.

– Ya sabes cómo me pongo cuando salgo… - se quejaba ella, mientras yo volvía a reír.

– Pues no bebas – sugirió Paula – luego te arrepientes de las locuras que haces.

– Yo nunca bebo – aseguré, poniéndome como ejemplo.

– Tú eres una aburrida – se quejó Camila. La que la golpeó en el brazo aquella vez, fui yo - ¿qué? Si es verdad, nunca haces nada divertido.

– ¡Eso no es cierto! – espeté - me lo paso igual de bien bebiendo que sin beber.

– No bebe desde la fiesta de fin de curso – le informaba Camila a mi prima, mientras la otra asentía.

¡Uf! Las odiaba cuando se ponían a hablar como si yo no estuviese delante. Resoplé, molesta, mientras aquellas dos opinaban sobre aquel entonces.

Lo cierto es que me emborraché de lo lindo esa noche, y terminé bañándome en la piscina medio desnuda, durmiéndome de cualquier forma, despertando en mi habitación, sin recordar como llegué allí. H**o muchas lagunas mentales esa noche.

Por eso tomé la determinación que no volvería a beber, odiaba esa sensación de no ser consciente de mis propios actos.

Cuando volví a esa comida, dejando de pensar en el pasado, hacía tiempo que habían abandonado ese tema, y se habían envuelto en el maravilloso mundo de las flores.

¡Me aburría! Esa estupidez de regalar flores vivas nunca me gustó. Estar terminando una vida sólo para agradar a alguien, porque… las plantas están vivas ¿no? ¿Por qué no se considera un asesinato?

Prefiero que me regalen cualquier otra cosa, que unas flores vivas que van a ponerse mustias con el tiempo. Tener un cadáver en tu poder, no es agradable.

Por supuesto, Camila no compartía esas ideas conmigo. Y no podía culparla, pues trabajaba en la tienda de flores, junto a su abuela. No sería ético, que las vendiese y las odiase. Aunque… ¿cuántas personas en este mundo están satisfechas con su trabajo?

Sacudí la cabeza, molesta con mis propios pensamientos, y me centré en mis necesidades primarias, pues mi vejiga estaba llena.

– Voy un momento al baño – les dije, pero me ignoraron, estaban en media batalla campal, hablando sobre petunias. Negué con la cabeza, no entendía la frustración de Camila, en lo absoluto.

Me puse en pie, y caminé con dificultad por el césped, con los tacones hundiéndose en él.

¡Maldita sea!

¡Debí haber usado otro tipo de calzado para salir de la casa de mi amiga! Pero … lo cierto es que no tenía nada más, y aunque teníamos la misma talla, no compartíamos el mismo número de pie.

A medida que avanzaba al baño, mi mirada se posó sobre la mesa que había detrás de la fuente, sin tan siquiera preverlo. Neus estaba allí, haciéndose fotos con el móvil y su acompañante estaba…

Un momento. ¿Dónde estaba Darío?

¡Oh no! ¡No, no, no, …!

– … No cierres el trato sin que antes haya… - escuchaba que alguien decía delante de mí, al hablar por teléfono con alguien.

Ni siquiera me dio tiempo a girar la cabeza hacia esa persona, y menos para esquivarlo. Así que… como comprenderéis, chocarme con él, fue algo inevitable.

¡Mierda!

¿Qué demonios estaba sucediendo conmigo? ¿Por qué estaba actuando como si fuese subnormal? ¿Acaso no sabía que cuando uno camina tiene que mirar hacia delante?

– Joder – se quejó el tipo que había delante de mí, retirando su teléfono de la oreja, sin tan siquiera despedirse, levantando la vista para mirar hacia mí, más que dispuesto de echarme una buena bronca, perdiendo la oportunidad en cuanto nuestras miradas se cruzaron, y ambos nos sorprendimos de vernos.

¡Oh no!

¡Mierda!

¡Mil veces m****a!

¡Era él!

¡Darío!

Guardó su teléfono en su bolsillo, mientras a mí se me sacaba la boca, ¿qué demonios iba a hacer ahora?

Bajé la mirada, con rapidez, me sentía como una estúpida, casi tan tímida como cuándo estaba en el instituto.

– Hola… - comenzó él, con voz sensual, y una gran sonrisa dibujaba en el rostro, más que atraído por la idea de ligar conmigo – … volvemos a encontrarnos… - tenía la boca como una alpargata. Era imposible que pronunciase palabra y a él eso sólo pareció divertirle - … no me estará siguiendo ¿no?

Rompí a reír, descargando un poco de aquella frustración, sintiéndome un poco mejor conmigo misma. Estaba siendo sarcástica, y él lo sabía, pero no por ello no le sorprendió.

– Entonces, ha sido una agradable coincidencia – aseguró. La que lucía sorprendida en aquel momento era yo. ¿Agradable? No me lo parecía en lo absoluto – soy Darío Espier – se presentó - ¿y usted?

Sólo podía sucederme a mí. Encontrarme con ese idiota, en tales circunstancias y …

¡Espera un momento!

¿Usted? ¿Cómo que “usted”?

Ese idiota no me reconocía, en lo absoluto, ni siquiera sabía que yo era esa niña a la que hizo la vida imposible, cuando estudiábamos juntos.

¡María! – pedí, haciéndome salir de ese hipnotismo del que su perfecta belleza creada por los dioses me tenía hechizada - ¡Despierta!

¿Cómo podía ese niño haberse convertido en ese hombre tan apuesto? ¡Era imposible!

Sonreí, divertida, desconcertándole.

Aquella vez no iba a actuar como la pobre tonta de siempre.

– ¿Qué le hace pensar que tiene derecho a conocer mi nombre? – pregunté, desconcertándole – esta desagradable coincidencia, no volverá a repetirse – sonrió, de medio lado, asintiendo, metiendo las manos en sus bolsillos. Tragué saliva, porque esa pose de chico duro me estaba secando la boca.

– María – me llamó Camila, haciendo que ladease la cabeza para mirarla, mientras él sonreía, al descubrir mi nombre – vamos juntas – ella tiró de mí, sin siquiera dejarme despedirme de ese idiota, aunque tampoco es que tuviese demasiadas ganas por hacerlo - ¿quién era? – preguntó, cuando caminábamos hacia el interior del restaurante, por aquel largo pasillo hasta los baños. Me encogí de hombros, sin querer responder a esa pregunta – Es todo un bombón de chocolate. Tiene pinta de ser uno de esos hombres que te hacen disfrutar en la cama, con un buen…

– ¡Camila! – me quejaba, siempre pensando en lo mismo esa mujer, me sacaba de quicio.

Me metí en el baño, sin tan siquiera esperarla, mientras ella se encogía de hombros, sin comprender que rayos sucedía conmigo.

Vacié la vejiga, lavé mis manos y me miré al espejo. Era una mujer atractiva, y eso siempre atraía a un montón de chicos, a pesar de que yo no estuviese interesada en ninguno de ellos. Mi prima bromeaba sobre ello a menudo, acusándome de ser lesbiana. Yo no tenía esa orientación sexual, y ella lo sabía, solo buscaba que le hablase sobre mis propios sentimientos.

Salí del baño, haciéndole una señal a mi amiga para que entrase, para luego sentir sus labios en mi mejilla, entrando sonriente, dejándome fuera. Me apoyé en la pared, y miré despreocupada hacia la pared de enfrente, observando a un hombre allí, uno que conocía bien.

Darío Espier me observaba, con detenimiento, con los brazos cruzados, apoyado en la pared.

¡Oh Dios Mío!

Iba a darme un maldito ataque allí mismo.

¿Qué hacía ese hombre allí? ¿Por qué me había seguido?

– Así que… María ¿no? – jugó, mientras yo apretaba los labios, molesta.

– ¿Ahora me sigues? – pregunté, sonrió - ¿es que no tienes nada mejor que hacer, o es que eres uno de esos acosadores que …?

– Estoy esperando para entrar – señaló hacia el baño. Negué con la cabeza, sin creérmelo ni un poco.

– ¿Desde cuándo está el baño de hombres más concurrido que el de las mujeres? – lancé. Se encogió de hombros, sin dar siquiera una sola respuesta. La puerta del baño de hombres se abrió, y este señaló hacia ella.

¡Dios!

Quería morirme de vergüenza.

¿Por qué me estaba comportando de esa manera?

– No tengo por costumbre perseguir a las mujeres – aseguró, antes de entrar – suelen ser ellas las que … - la puerta del baño de mujeres se abrió, y por ella apareció mi amiga, mirándonos a ambos, en especial a él.

– ¿Nos vamos? – quiso saber ella. Asentí, más que dispuesta a poner rumbo a nuestra mesa, pero ella reparó entonces en él - ¿quién es? – insistió con aquella pregunta que no quería responder.

– Solo es un idiota, vamos – él se sorprendió al escucharme pronunciar aquello. Ambas nos dimos la vuelta, con la intención de largarnos, aunque mi amiga quería quedarse a averiguar más, yo no iba a dejar que eso sucediese.

– Soy Darío – aseguró su voz, haciendo que mi amigase se detuviese y mirase hacia mí, sorprendida, y yo maldijese para mis adentros. Se giró a mirarlo, reconociéndolo en seguida - ¿y tú?

– ¡No me jodas! – miró hacia mí, sin poder creer lo que veían sus ojos, para luego mirar hacia él, reconociéndole en el acto. Era él, a pesar de lo mucho que había cambiado, de lo apuesto que estaba. Había cambiado mucho y para bien - ¿Darío? – él asintió, algo extrañado, pues no esperaba ese tipo de reacción. Ella volvió a mirar hacia mí, mientras yo la asesinaba con la mirada, odiaba cuando sobreactuaba - ¿Darío Espier? – él perdió su pose de ligón empedernido al darse cuenta de que le conocíamos. Tragué saliva, intentando recuperarme.

– Ya te lo he dicho – me quejé – un idiota.

– Ni siquiera sabe quiénes somos ¿no? – se aventuraba, mientras él comprobaba que era cierto. Nos conocíamos, pero … ¿de dónde? Era lo que quería averiguar. Mi amiga se volteó, caminando hacia él, parándose delante, y levantó la mano, más que dispuesta a presentarse – soy Camila – él la observó, con detenimiento, fijando la vista en la palma que ella tenía levantada, más que dispuesta a estrechar su mano – pero seguro que tú me conoces mejor por “La Frijolita” - la miró, extrañado, empezando a reconocerla, reparando luego en mí.

– Ha pasado mucho tiempo desde eso – aseguró, hacia mi amiga, aunque ni siquiera la miraba. Me sentía incómoda con aquella situación, y con sus ojos puestos en mí – sólo éramos unos críos. Además, no fui yo el que te puso ese estúpido mote – tenía razón, fue su amigo Diego, el mismo tipo con el que mi amiga se había liado en la fiesta de reencuentro.

– Y ella es María, La Medusa – presentó, dejándole sin habla. Se le atoraron las palabras en la garganta, y su rostro se tornó triste. Nuestras miradas se cruzaron en seguida, pero él la apartó incluso antes que yo. No entendía su actitud, ¿por qué actuaba tan derrotado? – fuiste un capullo con ella. Eso no lo negarás ¿no?

– Vamos – insistí hacia Camila, para luego tirar de ella, dejando allí aquella conversación.

– ¿Por qué te comportas así? – se quejaba mi amiga – Ese idiota tiene que pedir perdón por todas las cosas que te hizo…

– Yo no lo necesito – le dije. Ella por supuesto, no estaba de acuerdo con ello, así que me taladró el cerebro de camino a nuestra mesa.

– ¿Vas a dejar de hablar de trabajo y vas a echarme cuenta de una vez? – se quejó su hermana cuando él se sentó en la mesa. Sonrió, asintiendo después, dejando el móvil a un lado, dando un sorbo a su copa de vino, pensando en la preciosa mujer que había tropezado con él, y en la forma en la que huyó, mientras su hermana le contaba detalles sobre el vestido de novia, incluso el nombre de la diseñadora nombró, pero él estaba ocupado, pensando en otras cosas.

Entendía perfectamente la razón por la que esa mujer actuó de esa forma tan distante y fría con él. Era lo justo, más después de todas las cosas que él le hizo en el pasado, y no tenía excusa que quisiese ponerse en aquel momento. Siempre tuvo la oportunidad de hacer las cosas de otro modo, pero nunca tomó ninguna de ellas.

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