El silencio en el auto era casi sofocante mientras Rune me conducía lejos del supuesto lugar de mi secuestro. Intentaba aparentar calma, pero mis pensamientos eran un torbellino. Sentía su mirada sobre mí cada tanto, intentando medir mis reacciones, analizar cada gesto mío como si fuera un libro abierto. A pesar de mi aparente vulnerabilidad, estaba lejos de sentirme indefensa. La actuación debía ser impecable; no podía permitirme un error.
—¿Estás bien? —preguntó finalmente, rompiendo el silencio. Su tono era tan empalagoso que me costó no fruncir el ceño. Quería parecer preocupado, genuino, pero su voz contenía esa nota falsa que solo alguien como él podía manejar con tanta precisión.
—Estoy… algo aturdida. —Dejé que mi voz temblara ligeramente, lo justo para que pensara que había logrado conmoverme—. No sé cómo agradecerte, Rune. No sé qué habría hecho sin ti.
Rune sonrió. No mostró una sonrisa cálida o tranquilizadora, sino una que revelaba su satisfacción al sentir que estaba gan