Cuando abrí los ojos esa mañana, lo primero que sentí fue el peso del brazo de Rune aún sobre mi cintura. No había cambiado de posición en toda la noche. Un estremecimiento recorrió mi cuerpo, pero traté de mantener la calma. Recordé dónde estaba, lo que debía hacer y, sobre todo, que no podía dejar que los recuerdos de anoche me afectaran.
Me giré con cuidado, sin despertarlo, encontrándome con su rostro relajado. Estaba tan tranquilo, casi inocente, como si estuviera soñando con un futuro en el que todo lo que estábamos viviendo fuera real, como si en su mente todo volviera a ser como antes. Pero no lo era. No podía serlo. Había demasiadas sombras en su pasado, demasiadas mentiras que habían dejado marcas irreparables. Y esas huellas no desaparecen con caricias o promesas vacías.
Con delicadeza, deslicé su brazo lejos de mi cuerpo, asegurándome de no hacer ruido. Me levanté de la cama y caminé hasta la ventana, buscando la paz en el paisaje que se extendía frente a mí. Este lugar, q