Mateo no sabía cuánto tiempo había pasado desde que Clara se fue. Podía sentir la ausencia de ella como una sombra que lo perseguía, una presión constante en su pecho, como si alguien hubiera vaciado el aire a su alrededor, dejándolo atrapado en una burbuja de desesperación. La luz de la tarde se filtraba débilmente a través de las cortinas, pero ni siquiera eso lograba aliviar la oscuridad que invadía su mente.
Se encontraba atrapado en una espiral de contradicciones. El deseo de llamarla, de escuchar su voz y pedirle una explicación, era casi insoportable. Pero, a pesar de esa necesidad, algo lo detenía. La rabia, el miedo a una respuesta que no estaba preparado para enfrentar, o quizás, el simple temor a que sus palabras no significaran nada para ella. No podía arriesgarse a una conversación que solo lo hundiera más en el abismo de la incertidumbre.En