A pesar de la inesperada tranquilidad que siguió a su acalorada discusión con Tobías, una sensación de inquietud se apoderó de Catalina. El silencio pesaba, estaba cargado de una tensión latente, más intensa de lo que cabría esperar tras una resolución pacífica.Cada día que pasaba sin más confrontación solo aumentaba su sospecha: una persistente sensación de que la tormenta no había pasado realmente, sino que simplemente se había retirado para reunir fuerzas.Se sentía constantemente al límite, con los sentidos agudizados, escaneando su entorno en busca de cualquier indicio de un nuevo conflicto. Los rostros de quienes la rodeaban parecían ocultar significados, y sus comentarios casuales estaban cargados de posibles dobles sentidos.El sueño ofrecía poco respiro; a menudo, en sus sueños se repetía la discusión con Tobías, cada vez con un giro más oscuro y ominoso.Esta calma imprevista se había convertido en un tipo diferente de tormento, un juego de espera psicológico que mantenía l
Absolutamente. Francesco se dio cuenta del peligroso juego que Roger podría estar tramando. Al oponerse abiertamente a cualquier sugerencia de Roger sobre su hermana, Francesco le daría involuntariamente a Roger la oportunidad perfecta para manipular la situación.Roger podría presentarse como alguien comprensivo y considerado, mientras que Francesco parecería un hermano celoso y sobreprotector, cuyas objeciones carecerían de fundamento lógico a los ojos de los demás.De esta manera, las verdaderas motivaciones de Roger quedarían ocultas tras una fachada de preocupación, desviando cualquier sospecha hacia la supuesta intransigencia de Francesco.Esta estrategia permitiría a Roger avanzar en sus planes sin levantar alarmas y utilizaría la oposición de Francesco como una cortina de humo para encubrir sus oscuras intenciones.La perspicacia de Francesco al comprender esta táctica potencial era crucial para proteger a su hermana de cualquier daño que Roger pudiera causarle.—Puede que no
—Tapa tus ojos —le pidió Francesco con voz suave y dulce—. Tapa tus ojos y no mires antes de tiempo —le susurró muy cerca de su oreja, lo que hizo que a Catalina le temblaran las piernas y todo el cuerpo. Aun así, hizo lo que él le pedía.Con cuidado, Francesco acompañó a Catalina por su elegante apartamento del último piso y la llevó hasta el balcón, desde donde se podía ver toda la belleza de Roma de una manera impresionante.Catalina notó la frescura del aire al tocar su piel, lo que le hizo temblar ligeramente. Recordó haber experimentado ese mismo frío en otra ocasión, pero esta vez era diferente.Hoy, a pesar del frío, no sentía temor alguno. Una profunda sensación de seguridad la invadió, disipando cualquier vestigio de miedo que hubiera podido sentir en el pasado. La presencia de Francesco a su lado era un cálido escudo contra cualquier inquietud y le permitía disfrutar del momento sin reservas.—Ya puedes mirar —dijo Francesco con dulzura. Catalina obedeció y abrió los ojos l
Catalina tuvo la certeza de que todo lo vivido no era un sueño en los días posteriores a esa propuesta de matrimonio tan bonita y diferente.Francesco continuó demostrándole su amor con pequeños detalles y grandes gestos, llenando sus días de alegría y confirmando que su compromiso era real y sincero.Juntos comenzaron a hacer planes de futuro, hablando de la boda, de la casa donde vivirían y de los sueños que querían construir juntos. Catalina se sentía cada día más segura y feliz, sabiendo que había encontrado a un hombre maravilloso que la amaba de verdad.Las muestras de cariño de Francesco eran constantes y genuinas, disipando cualquier duda que pudiera haber quedado en su mente.Cada día a su lado era una nueva confirmación de que su historia de amor era real y de que el futuro que les esperaba juntos sería aún más maravilloso de lo que jamás habían imaginado.La felicidad que sentía era palpable y la compartía con Francesco en cada momento, construyendo así una base sólida para
Francesco añadió un toque muy personal y significativo a los símbolos de su unión. Así como había dedicado tiempo y cariño a diseñar el anillo de compromiso que ahora adornaba el dedo de Catalina, también se encargó de crear los diseños de sus alianzas matrimoniales.Elegió el jade como material principal, una elección cargada de simbolismo. Para él, el jade representaba la serenidad, la armonía y la buena fortuna, cualidades que anhelaba para su matrimonio.Pero, sobre todo, eligió el jade por su profunda creencia en la eternidad de su amor. La durabilidad y la belleza perdurable de esta piedra preciosa eran, para él, un reflejo de su firme convicción de que su unión con Catalina sería para toda la vida, un lazo inquebrantable que resistiría el paso del tiempo y las pruebas que pudieran presentarse en su camino juntos en Italia.—¿Qué tal van esos anillos? —inquirió Ricardo. El hombre no podía ocultar su alegría.Estaba especialmente agradecido a Catalina. Desde que la joven llegó a
Tobías.—Ya es hora, Marta —espeté con desdén. —Catalina cumple 18 años. Basta ya de esta farsa. Que empaque sus cosas y se vaya. No necesitamos parásitos aquí.Marta me miró con incredulidad, como si no pudiera creer lo que estaba oyendo.—¿Cómo puedes decir eso, Tobías? ¡Es nuestra sobrina y la quiero como a una hija!Solté una risa fría, como si nada me importara.—¿Nuestra sobrina, dices? No me hagas reír. Es una carga, una molestia. Además, ya es mayor, que se busque la vida.Su rostro se enrojeció de rabia.—¡Eres un monstruo! ¿Cómo pude casarme contigo?Me acerqué a ella sonriendo con burla.—¿No lo recuerdas? Eras una simple cantinera, una inmigrante sin futuro. Yo te saqué de la miseria, te di un apellido, una vida. Deberías estar agradecida.—¡Te odio! Eres un ser despreciable —respondió Marta aterrorizada.—El odio es un sentimiento y tú no tienes derecho a sentir nada. Ahora haz lo que te dije. Empaca sus cosas y desaparece de mi vista.Me di la vuelta y le di la espalda a
Catalina.Esas palabras aún me taladran el alma.—¡No tengo a dónde ir! —le rogué con cada fibra de mi ser temblando—, no puedes echarme así.Sentía las lágrimas calientes resbalar por mis mejillas, un río salado que no podía detener.Mi pecho me dolía como si un puño gigante lo apretara, y cada bocanada era una puñalada, como si el aire mismo se negara a entrar en mis pulmones.Pero su respuesta me heló la sangre en las venas.—Por supuesto que puedo.Cada sílaba resonaba con una crueldad fría y calculada. Y luego, ese grito, esa furia volcánica dirigida hacia mí, hacia el recuerdo de mi madre...—¡No quiero nada que me recuerde a la maldita zorra de tu madre!En ese instante, sus ojos... Nunca olvidaré la bilis que destilaban. Puro odio, puro desprecio. Era como si yo no fuera su sobrina, sino una mancha, un recordatorio constante de alguien a quien detestaba.Sentí cómo se encogía mi corazón, cómo una parte de mí se rompía en mil pedazos. ¿Cómo podía alguien a quien se suponía que
Catalina.En lugar de girarme, dejé que las lágrimas siguieran su curso y mojaran mi rostro. Mis manos subían y bajaban por mis brazos tratando de generar algo de calor en aquella helada noche romana.Sentía el frío punzante calándome hasta los huesos. Entonces, noté algo cálido sobre mis hombros. Era el abrigo de tía Marta. Su tacto me dio un respiro, un pequeño oasis en este desierto de frío y soledad.—No quiero irme —alcancé a decir, mientras la voz quebrantaba y no podía contener un sollozo. Era la verdad. A pesar de todo, una parte de mí no quería abandonar lo poco que conocía, aunque ese «poco» estuviera lleno de dolor.Sentí la mano de tía Marta acariciando mi pelo.—No sé lo que le pasa a tu tío, no entiendo cómo tiene corazón para hacerte daño, mi niña.Sus palabras eran suaves y denotaban una tristeza genuina. Cerré los ojos por un instante, deseando con todas mis fuerzas que ella fuera mi madre. ¿Cómo sería mi vida entonces? Seguramente, no estaría temblando de frío y mied