La noche era sumamente fría, de esas en las que el frío se filtra por cada rendija, aferrándose a la piel como un huésped indeseado. A pesar de que Jacobo dormía a mi lado, su cuerpo tibio no bastaba para disipar el hielo que se aferraba a mis manos y pies. Me estremecí bajo las cobijas, sintiendo cómo el invierno parecía haberse instalado en mis huesos.
Con movimientos cuidadosos, me deslicé fuera de la cama, temerosa de perturbar el sueño profundo de Jacobo. Crucé la habitación en penumbras hasta alcanzar el sofá de la sala, donde me acurruqué en un intento desesperado por conservar el calor. Abrazando mis piernas contra el pecho, esperé que mi propio cuerpo me diera refugio, pero el frío seguía ahí, implacable.
Busqué consuelo en la luz azulada de mi teléfono. La pantalla iluminó mi rostro con un resplandor fantasmal mientras revisaba mis notificaciones. Entonces, lo vi. Un detalle olvidado. Algo que, ahora, en medio del silencio y el frío, pesaba como una sombra en mi mente.
Melod