El ambiente estaba cargado, denso como el aire antes de una tormenta. En otro momento, Jacobo habría tomado las cosas con calma, analizando cada palabra con la serenidad. Quizás hasta lo habríamos hablado con tranquilidad, encontrando un punto medio entre su carácter férreo y mi necesidad de explicarme. Pero esta vez no. Esta vez todo era diferente.
Su enojo flotaba en el aire como una amenaza, un incendio que se avivaba con cada respiro. Sus emociones estaban al límite, Yo, en cambio, me refugié en el silencio, temerosa de que una sola palabra mía fuera la chispa que encendiera su furia.
—¿Acaso estoy haciendo algún mal? —su voz cortó la quietud del auto, y el filo de su tono me erizó la piel.
No respondí. No quería responder. ¿Acaso hablar con Emiliano, siquiera intercambiar palabras con él, era motivo suficiente para desatar su enojo? No lo sabía. Y lo peor es que tampoco sabía si quería saberlo.
Me mantuve en silencio mientras avanzábamos por la carretera, los faros del coche proy