—¡No me llames de ese modo, cerdo! —espetó Ekaterina iracunda.
Nathan no soportó más la incertidumbre que le causaba toda aquella situación. Salió de su escondite y entró a la pequeña habitación. Al verlo, Ekaterina se sobresaltó y lo contempló totalmente incrédula.
—¿Cómo me has encontrado? —preguntó al agente.
—He aprendido a predecirte —contestó dándole una rápida mirada.
—Mira nada más —habló el hombre desconocido que permanecía a unos dos metros de distancia. Tenía unos treinta años, pelo rubio y ojos verdes. Una sonrisa maliciosa estaba plasmada en su rostro y portaba una túnica roja—. Se nos suma otro a la fiesta, bienvenido.
—¿Quién demonios eres? —cuestionó el agente apuntándolo con el arma.
—Soy el ex y he de asumir que tú eres el actual —se burló.
—¿Ex? —Nathan miró a Ekaterina y esta solo pudo dedicarle una mirada algo turbada.
—Hay muchas cosas que no sabes —confesó la de la Iglesia.
—Definitivamente las hay —aseguró el hombre—. Apuesto a que jamás te habló de mí, por sup