-¿Qué? – Dijo Rosalin despertándose asustada –
-¿A qué estás jugando Evelin? – Preguntó el señor Duncan –
-Yo no estoy jugando a nada. No entiendo a qué se refiere usted – Dijo Rosalin –
-¿Qué hacías esta tarde con el doctor? – Preguntó el señor Duncan –
-Nos invitó a mí y a las niñas a la pastelería – Dijo Rosalin –
-¿A ti te gusta él? – Preguntó el señor Duncan –
-¡Oh por Dios! ¿Qué clase de pregunta es esa? – Dijo Rosalin – Y miró directamente al Señor Duncan sentado a su lado en la cama, en la oscuridad. Ella sólo respiró profundo y le dijo:
-¡Yo no soy Evelin! ¡Creo que se lo dije en el hospital y cientos de veces más! ¡No soy la persona que usted cree! – Dijo Rosalin molesta –
En ese momento él se volteó y le tomó la cara entre las manos y la besó y aunque en un principio quería separarse de él, Rosalin se dio cuenta de que se sentía muy bien y se permitió sentir aquella boca sobre la de ella y luego la humedad de aquél beso delicioso que le sabía tan dulce y fresco. Todo su ser