Samuel
Vi a esa linda Cachetona ingresar a la playa, aún no terminaba de perdonarme, pero al menos ya podía abrazarla, besarla y hablarle. Era consciente de cómo me estaba jodiendo Gabriela, no tenía idea en qué momento pasó, pero solo deseaba acostarme, hablar, salir, escucharle la voz por celular. Cómo dirían mis hermanos. Estaba jodido.
—Ernesto, ¿todo está listo para las diez de la noche?
—Todo en perfecto orden, a las seis inician las apuestas de los pilotos inscritos, ya programé la inscripción de Egan.
—También tienes las claves de nuestras cuentas bancarias para hacer las apuestas. —ordené.
—También lo tengo controlado.
Ernesto nació con esa sagacidad innata para las apuestas. Alguna vez comentó que podría ser herencia de su padre biológico. En dos ocasiones nos pidió no apostar por Egan, porque no ganaría y, en efecto, así pasó. Lo cierto, era que nunca perdíamos dinero. Al contrario, ganamos y ganamos. Todo por ese objetivo en conjunto. Miré a Emmanuel, quien escondía su mir