Fui lanzada hacia un lado sin ningún cuidado, mi espalda golpeó bruscamente el frío suelo. Instintivamente arqueé el cuerpo por el fuerte dolor que sentía.
— Adriel, sácame de aquí.
Cecília seguía alimentando un aire de sufrimiento, mientras tanto, yo buscaba aliento a casi un metro de ellos.
— ¡Por el amor de Dios! Tuve que ponerme la ropa a toda prisa escuchando estos gritos entre vosotros.
Os quejabais por la sencilla razón de que causo problemas.
Mi marido dirigió una mirada acusadora especialmente en mi dirección, y ésta, me incriminó y sentenció como única culpable de lo ocurrido.
La mujer se arrastró hacia Adriel, como escapando de mis garras.
El dolor de su cuerpo se olvidó al dirigirme una mirada profunda y hostil. Sus iris verdes eran negros como el carbón. Nunca había visto Adriel tan alterado.
— Drii... — llora.
Me disgustó el apodo de sonido melodramático, entre sollozos. Sin embargo, esa escena mereció una nominación al Oscar.
— ¿Qué quieres? ¿Estás tratando de matar a C