El eco de nuestros pasos en las calles vacías es, cuando menos, escalofriante. La coleta que hizo Lúa en su cabello cuelga desperdigada por toda su espalda, y en vano intenta ponerla de nuevo en su sitio. Yo, en cambio, tengo los cordones desamarrados, pero ¿Quién tiene tiempo de amarrarlos?
Cuando llegamos a la entrada del gran edificio donde vimos al presidente en la mañana, estoy cansado y pegajoso.
—Solo tenemos que contarle al presidente lo que sabemos y decirle que no ataque a los civiles de las arcas —me dice, amarrando de nuevo la coleta con la liga elástica.
—¿Crees que funcione? —la liga se rompe al fin después de varios intentos, y ella la desecha sin ningún remordimiento, como el que tira una goma de mascar en cualquier basurero; opta por dejar su cabello caer libre y este se le enreda de inmediato en la cara.
—No lo sé, pero hay una gran posibilidad, tu solo dile que lo van a matar si no lo hace. Verás cómo colabora.
—¿Yo le diré?
Si llegaste hasta aquí, muchas gracias, espero que te haya gustado mi historia tanto como me gustó a mi hacerla, si sí te gustó, me ayudarías mucho comentando tu opinión. Sin más que decir, nuevamente, gracias. DiegoAlmary.