—¡No, en serio! La verdad, he estado trabajando horas extra todos los días en la oficina, ni siquiera tengo tiempo de volver a casa, — explicó Eric, visiblemente confundido, preguntándose por qué últimamente se sentía tan débil.
¿Será que realmente estaba exhausto por el trabajo?
Isabel López soltó una risa sarcástica y le advirtió: —Más te vale no estar mintiendo, porque si descubro que me engañas, vas a ver cómo te las cobro.
Eric la rodeó con los brazos, intentando calmarla y con una voz melosa le susurró: —No, amor mío, jamás te mentiría. Eres mi adoración, mi vida. No tendría el valor de traicionarte, ni, aunque me lo ordenara el destino.
A pesar de sostener a Isabel con ternura, en su interior, Eric no sentía absolutamente nada.
Isabel en realidad era bastante atractiva; tenía un busto generoso y provocativo, caderas amplias y bien formadas, y su rostro era bonito también.
Sin embargo, no había punto de comparación con Luna.
Para Eric, el motivo de estar con esta mujer no era pre