Sabía que Luna era muy tímida, pero en ese momento ansioso deseaba ver ese video.
Así que con un tono suplicante le dije: —Lunita, no te estoy pidiendo que hagas eso de verdad, solo quiero que actúes un poco con el plátano. Vamos, por favor, satisface este ardiente deseo mío.
Luna: —¡Pero es tan vergonzoso! No puedo hacerlo. Mejor pídeselo a Paula, no me molestaría para nada que le pidieras a ella grabarte un video así.
Yo: —Pero a mí sí me importa, Luna. Yo solo quiero ver tu video, de verdad. Te lo ruego, por favor, ¡solo esta vez!
Luna, al leer mi insistencia, sintió cómo sus mejillas comenzaban poco a poco a ponerse rojas como si estuvieran ardiendo. La propuesta la llenaba de vergüenza.
Lo que le había pedido era algo demasiado atrevido para alguien de su carácter reservado y tradicional, algo que nunca siquiera se habría imaginado hacer, y menos grabarlo en video. Incluso la idea le parecía más humillante que nada.
Pero, extrañamente, en el fondo también había un pequeño impulso,