No quería quedarme solo, así que, sonriendo, le dije: —Yo también quiero ir. Cuñada, ¿puedo ir con ustedes?
Mi cuñada me miró con una expresión algo extraña, y luego me dijo: —Si quieres ir, ve. Eres libre, no tienes que preguntarme.
De inmediato me apresuré a seguirlas.
Como antes lo solía hacer, tomé el brazo de mi cuñada con una mano y el de Luna con la otra.
Aunque no podía hacer mucho en ese momento, estar entre dos mujeres tan hermosas me hacía sentir muy feliz y satisfecho.
En especial, el poder ir de la mano con mi cuñada me hacía valorar demasiado estos momentos, ya que eran muy especiales.
Continué haciendo de guía turístico, mientras caminaba y les iba contando sobre los lugares.
Después de un buen rato, mi cuñada dijo que estaba cansada, así que nos sentamos en un banco al borde del camino a descansar.
Vi cómo mi cuñada se frotaba con suavidad las piernas, y supe que estaba cansada de caminar, que sus piernas no se sentían del todo bien.
Con la intención de ayudarla, me o