55. De rodillas
Amir
Mis pasos resuenan en el corredor mientras avanzo hacia mi oficina, con cada zancada mi corazón late más rápido. Al llegar frente a la puerta, contengo la respiración antes de girar el pomo y adentrarme en la habitación. Lo primero que veo es a mi padre, sentado en mi silla detrás del escritorio, flanqueado por dos hombres armados. Una sensación de ira mezclada con determinación se apodera de mí.
—Dos visitas en un mismo mes, algo debo estar haciendo bien para tenerte así —le digo a mi
padre, tratando de ocultar el nerviosismo que siento.
Mi padre levanta la mirada con una sonrisa maquiavélica antes de chasquear la lengua y recostarse en la silla.
—Oh, Amir, creo que debí ser más estricto con tu educación. Mira que hablarle así a tu padre, cualquiera creería que los años de entrenamiento te servirían —responde con voz burlona.
—Si con entrenamiento te refieres a la tortura, entonces sí, claro que me sirvieron, pero para darme cuenta la clase de basura que eres. Ahora quiero