KIARA
Pasamos por mi departamento, esquivando a los periodistas que jamás se aburren de estar las veinticuatro horas del día parados como los espantapájaros en el campo ahuyentándome de que no vuelva a mi hogar.
El señor Smith les prohíbe la entrada y se lo agradezco con una sonrisa cuando a empujones logro entrar al edificio.
Subo las escaleras junto a Reagan y saco las llaves para abrir la puerta de mi departamento y buscar el cuadro a carbón, que hice de Kelly y Cali en el parque interior que hay dentro del hospital, que está puesto en el atril.
Termino por escribirle una dedicatoria cortita y Reagan me ayuda a cargarlo hasta el auto, haciendo la misma odisea que al principio.
Los flashes de las cámaras me ciegan, pero ninguno da declaraciones, ignorando a medio mundo, cuando el McLaren negro prende su motor, dejándolos atrás.
En el camino pasa