Unas horribles ganas de llorar embargo a Amber por completo. Se quedó estática al ver a todos ahí reunidos, y no solo eso, la cálida sonrisa que le brindaba la hacía sentir parte de la familia. El primero en acercarse fue Dante, que corrió hasta ella y se apegó de sus piernas.
El corazón de Amber se estrujó enseguida, se agachó a la altura del niño y besó su frente.
—¿Cómo estás, mi pequeño campeón? ¿Me extrañaste? —Dante sonrió abiertamente, y asintió varias veces con la cabeza.
—Mi ángel —susurró dejando a todos con la boca abierta.
Eva, que sabía que no podían presionar al niño, les hizo señas a todos para qué actuarán normal. Había sido sugerencia del psicólogo y todos entendieron.
—No más me voy del país, y comienzas a causar problemas —dijo Fernando en la pantalla.
—Te he dicho que no me gusta estar sola, ya sabes, solo malcriada —Amber sonrió al ver a Fernando.
—Qué mal que no puedo darte nalgadas, bueno, eso se lo dejo a mi hermanito para esta noche —Amber sintió que sus mejil