Alina sonrió; era una mujer de dentadura perfecta y blanca; sus cabellos, de un color rubio ceniza. Tan alta que parecía una modeló; bonita, pero no tanto como Evangelina Anderson, que dejaba suspiros a su paso.
Demetrio miró a la chica que lo miraba con una sonrisa, e hizo una mueca de desagrado; él ya no era el joven tonto de antes, ya no era el heredero más cotizado, ahora el puto CEO de las empresas Laureti; ella no podía intimidarlo, ni manipularlo como en el pasado.
Desabotonó su saco, y sin ninguna expresión en su rostro tomó asiento sin ni siquiera mover la silla de Alina por cortesía. Ella solo era un fantasma del pasado, algo que no quería volver a recordar o vivir.
—A lo que venimos, señora Robinson —dijo serio, sin ni siquiera mirar el menú en sus manos.
—Demetrio, ¿No te da gusto verme? —preguntó con su voz dulce y falsa.
—Me da igual Alina, puede ser que me sorprendí un poco porque no imaginé que eras la dueña de AndroiO, pero ahora que lo veo, me da igual —la miró sin e