Valentina.
Se veía tan hermosa, tan culta, toda una dama de sociedad, pero cada vez que veía a mi madre sus ojos que siempre parecían brillar se cubrían con la oscuridad del odio y recelo, no la comprendía, mi madre siempre fue muy amable con ella, incluso cuando la hecho del orfanato.
— Abuelita.
— Dime princesa. — ella fue la primera en llamarme de esa forma, mi abuela Camelia.
— ¿Por qué no quieres a mi madre? — sus ojos se clavan en los míos, con asombro, pero también con pena.
— No es que no la quiera… es difícil de explicar.
— Pero tú la echaste, nos dejaste en la calle…
— No a ustedes, nunca quise que ustedes sufrieran, solo quería que tu madre hiciera lo correcto, ustedes son Constantini, debían vivir en esta mansión.