El bosque me envolvía con su quietud engañosa, pero dentro de mí, todo era un torbellino. Mis pasos eran rápidos, casi erráticos, mientras me alejaba de Aiden y los demás. Necesitaba espacio. Necesitaba pensar.
Pero, ¿pensar en qué? Si mi mente era un caos de fragmentos inconexos, de sombras de recuerdos que se deslizaban por los bordes de mi conciencia sin llegar a completarse.
Morgana.
Su nombre era una maldición. Una llave oxidada que amenazaba con abrir una puerta que yo ni siquiera recordaba haber cerrado.
Me detuve al llegar a un claro bañado por la luz de la luna. Mi corazón latía con fuerza en mi pecho. Cerré los ojos y respiré hondo, tratando de encontrar algún rastro de calma en medio del caos.
—No puedes forzarme a ir contigo…— murmuré, repitiendo mis propias palabras. Pero, ¿eran ciertas?
Apreté los puños con frustración. Algo dentro de mí reaccionó a la presencia de Morgana, algo primitivo y aterrador. No era solo miedo. Era reconocimiento.
—No puede ser…— susurré.
Pero l