Aún con las advertencias de aquellos ancianos, la duquesa siguió avanzando en medio del bosque y la espesa oscuridad que caía al anochecer. Mientras avanzaba, los aullidos de los lobos se oían como canticos de las criaturas de la noche, ella se acercaba al castillo maldito y antes de llegar a sus cercanías, dos licántropos se acercaron ferozmente para devorarla. Ella dio un grito pero alguien detuvo a los feroces carnívoros, era Franco que sabía por intuición que la duquesa lo andaba buscando.
— ¡Laisse la femme tranquille! (dejen a la mujer en paz)
Ellos retrocedieron y volviéndose a sus formas humanas, pidieron disculpas a su señor.
— ¿Eres tú Franco?, —le dijo la duquesa con cara de espanto.
— ¡Lo soy!, ven a mis moradas y entra, “una vez más, bienvenida a mi casa. Ven libremente, sal con seguridad; deja algo de la felicidad que traes.” —Le contestó con ademanes de un verdadero rey.
Castillo de Franco, en las afueras de Roma
Franco fue llevando entre sus brazos a la asustada pero a