Había despertado la bestia sexual de Ryan y me había dejado agotada como siempre, después de la más que placentera y satisfecha sesión de sexo escandaloso caímos rendidos uno al lado del otro. Después de horas y horas besándonos y acariciándonos. El sueño se fue apoderando de nosotros. Era la primera vez que pasábamos todo el día juntos y era maravilloso.
Antes de dormir la señora Caitlin nos envió más fotos de Santiago, de nuevo en la playa y comiendo, el corazón se me arrugó, deseaba estar con él en esa playa, jugando y disfrutando de su inocencia. Y cada vez me parecía más absurda y vergonzosa la idea de querer quitarme la vida.– Lo siento… – le susurré a Ryan entre dormida. Él también tenía sus ojos cerrados, no contestó nada, pero sabía muy bien que me escuchaba. –No sé qué me pasó– le aclaré.– No te estoy juzgando, Elena. Todos tenemos momentos de debilidad…– abrió sus petróleos ojos y los clavó en los míos –Solo hay que aprender a afrontarlos…– Había