Fabrizio
Había perdido la cuenta de cuántos días habían sido así. En cada situación me encontraba con una mujer que era la única que realmente entablaba una conversación conmigo, y en todas me parecía ver a Margarita. Una era una maestra que iba corriendo hacia su clase y que se encontraba perdida. En cuanto la ayudé y le hablé del bosque y de lo que había afuera, entró en pánico, y automáticamente volví otra vez a mi cama en la habitación del bar.
En otra oportunidad, era una joven que iba al mercado cuando, de repente, apareció un lobo que intentó morderla, y yo la salvé. Luego era una de las meseras y, en cuanto se cayó un poco de vidrio y vio el vino, perdió la cabeza. Otra vez era una granjera, y fue con la que pude hablar más. Tenía una blusa con margaritas dibujadas. Todo el día la ayudé con las cosas de la granja, y, en cuanto se acercó a mí y estuvimos muy cerca, otra vez desperté en la cama de ese cuarto.
Esto era un ciclo sin fin, y yo no sabía dónde iba a parar. En cada u