Alaric
Se había ido. Ese vampiro tan odioso, tan molesto, al que le encantaba discutir y expresar sus opiniones, que me obligaba a considerar su punto de vista. Me atormentaba y me hacía replantear mis decisiones. Todos estaban de acuerdo con lo que yo decidía hacer, pero él, ese obstinado, insufrible y exageradamente recto vampiro, solía oponerse. A veces pensaba que lo hacía solo para llevarme la contraria, como si eso le hiciera sentirse importante: un simple vampiro desafiando al rey de todos los lobos.
Pero nunca había sido cruel, ni había intentado manipularme. Todo lo contrario, lo único que esperaba de mí era que fuera el rey que él imaginaba: "el correcto", "como debía ser" “un rey de verdad”. Y yo temía, muy en el fondo, que descubriera la verdad. Que yo no era nada de eso. Solo era un hombre amargado, cargando esta estúpida corona que no quería por nada del mundo. Nunca iba a cumplir sus expectativas.
—Él sabía lo que éramos —dijo mi lobo, suspirando— Siempre lo supo, pero