Los dos cómplices se miraron intensamente, con cosas que decirse, cosas que pesaban en sus corazones. Emma, intrépida como era, rompió la hipocresía que los mantenía cautivos.
– Gracias William, gracias por cuidarme siempre. Tus palabras siempre me conmueven profundamente, dijo.
El joven artista tosió levemente y a su vez expresó su agradecimiento a su interlocutor.
– Después de todo, los buenos modales no son sólo para los animales, sino para personas como tú.
– ¡Gracias William! ¡Eres un amigo que aprecio enormemente!
- GRACIAS ! Él respondió.
Emma volvió a sentarse en su silla y continuó.
– Dime, Will, y sobre todo, perdóname por utilizar este diminutivo para tu nombre.
—Oh, no tienes que disculparte, querida, porque aprecio ese diminutivo.
- GRACIAS ! Entonces dime ¿tienes hermanos o hermanas?
– No tengo hermanos, pero tengo una hermana.
- ¡Genial! ¿Cómo se llama ella?
– Teodora.
– ¡Oh, qué nombre más bonito!
- GRACIAS !
– Y dime ¿dónde vive? ¿En Italia con tu madre?
– No, ella vi