GiaEl rumor de mis pensamientosLos débiles latidos de mi corazón.Carlo Ferragni lo controlaba todo de mí, incluso el aire que respiraba.Ese hombre se había convertido en el único dueño de mis suspiros y no había nada que yo pudiese hacer al respecto para evitarlo.Estaba destinada a amarle. Estaba destinada a él de por vida, incluso cuando él era un perfecto hombre de la mafia y yo había sido demasiado ingenua en creer que el mundo que nos rodeaba no nos alcanzaría.Dos semanas.Si, dos semanas era el tiempo que había pasado desde la última vez que le vi o si quiera escuchó el rumor de su voz.Mi cuerpo aflojándose en sus brazos que temblaban.Su aliento acariciándome la cara.Mi nombre naciendo de sus labios.Dios mío…Dos semanas. No era demasiado tiempo, pero de alguna forma se sentía como una eternidad.Suspiré y me abracé el torso. La panorámica que obtenía desde la ventana de mi habitación era realmente extraordinaria. Una densa y espesa nieve que cobijaba roma y todo lo que
GiaEmpezamos a tambalearnos hasta la cama.Por un segundo, me fascinó esa perspectiva que tuve de él a medio metro lejos de mí; desnudo y con una terrible erección que me hizo estremecer.¡Dios, era tan hombre!Me humedecí los labios al tiempo que su imperiosa figura se alzaba hermosa sobre mí. Un instante después, Carlo ya se hacía del broche de mi sujetador y me lo arrebataba antes de capturar uno de mis pechos con demasiado vigor. Al principio, tan nervioso como seguro de sí mismo. Contagiada por ese deseo, arqueé la espalda y le ofrecí suficiente acceso para que me probara. Él no esperó demasiado y deslizo las manos hasta mis muslos, las coló por debajo de mis nalgas y luego me empujó contra su pelvis.Ahora estábamos mucho más pegados el uno a la otra que hace un par de minutos. Ahora, su piel y la mía parecían ser una sola. Fue increíble sentir la poderosa presión de su robustez contra la fina e innecesaria tela de mis bragas.Gemí retorciéndome.Poco a poco, como si su lengua
GiaNos cruzamos en el pasillo, pero Stella Leone no fue capaz de verme, y no porque me hubiesen faltado ganas de mostrarme ante ella, sino porque habría sido demasiado contraproducente.Salté dentro del auto creyendo que me quedaría sin aire, que esa entereza de la que había gozado hace una hora en el departamento de Carlo finalmente se vendría abajo como un castillo de naipes.—Gia… —murmuró Greco, buscando mis ojos a través del espejo retrovisor—. ¿Estás bien?No, no lo estaba, y es que una parte de mí, esa que luchaba por mantenerse fuerte ante las adversidades que nos procuraban, amenazaba con romperse en cualquier instante. No importaba el escenario.—Si —respondí, no esperando que mi lenguaje corporal reflejase todo lo contrario.—Gia, la mafia es algo que va más allá de alianzas e intereses, ¿lo sabes…verdad? —me recordó—. Y cuando se ostenta de un poder tan grande como el peso de un cargo superior sobre tus hombres, debes asumir las responsabilidades sin importar lo demás.—
CarloMás tarde, luego de que Stella se marchara prometiendo una prueba de ADN para dentro de veinticuatro horas, cerré el grifo de la ducha; agaché cabeza y me permití evocar el cuerpo de Gia bajo el mío. Respiré hondo, todavía podía sentir la fuerte sacudida que me procuró estar dentro de ella, invadiendo cada delicioso centímetro hasta hacerla desfallecer. Esa devastadora presión que se instaló en mi vientre cuando alcanzamos juntos el clímax.Su humedad. Su pequeño y estrecho centro.Podía ser capaz de rememorar todo lo de esa noche, excepto el final. Ese donde ella se levantaba de la cama y se marchaba, dejándome con un corazón que insistía en perforarme el pecho y largarse corriendo hasta ella.Maldije para mis adentros.Salí de la ducha y me coloqué una toalla alrededor de las caderas. Cuando entré a la habitación, esperé echarme a la cama y descansar un poco, no encontrarme la mirada lasciva de Stella sentada en el filo de la cama.Piernas cruzadas dejando entrever su muslo. P
AnalíaEran pasadas las seis de la tarde.Estaba sentada frente al tocador cuando advertí el rumor de sus pasos, un instante después, me topé con la intensidad de su mirada.Exhalé.Mauro no necesitaba hacer demasiado para conseguir la respiración se me quedara atascada en la garganta, su sola presencia lo eclipsaba todo.No había sido silencioso al entrar, al contrario, quería que notara esa terrible sexualidad que emanaba su cuerpo bajo el marco de la puerta. Deslicé la mirada por su cintura, remarcada y endiosada por aquella camisa blanca y su cinturón.De repente, en un lugar discreto de mi imaginación, me asaltó la imagen de él completamente desnudo, aferrado a mi cintura mientras empujaba su pelvis contra la mía y penetraba cada centímetro de mi ser. Tragué saliva y cerré las piernas.Cínica.— ¿Soy yo o…tu lenguaje corporal está pidiéndome a gritos que te tome?—Probablemente seas tú —terrible mentira.—Sí, y probablemente vaya a tomarte.— ¿Ahora?—Ahora.Dios mío… ¿En que he
CarloNo dormía.En realidad, no lo había hecho durante las últimas semanas.Simplemente me tumbaba a la cama y oteaba por la ventana esperando que el horizonte me cazara observándole con devoción.Esa noche, no fue muy diferente a las anteriores, al menos hasta que escuché el rumor de unos pasos.Sombras y siseos.Me incorporé de súbito. Alcancé una camisa que había en la espalda de la silla y la pasé por encima de mi cabeza antes de abrir el cajón y sacar mi pistola.Tenía balas suficientes, así que no me encargué de revisar y simplemente la cargué apuntando hacia la puerta. Los pasos, aunque de pronto se detuvieron, deduje que no se trataba de una o dos personas, sino varias de ellas.Tragué saliva y avancé hasta recargarme contra la pared contigua a la puerta. De soslayo, miré el reloj, si quiera entraba la madrugada, pero el salón estaba lo suficientemente oscuro como para no poder vislumbrar a mis posibles enemigos, únicamente sus sombras.Apreté el mango de la pistola con fuer
SebastianEnmudecimos.Y no tanto porque esa verdad significara algo de lo que él no pudiese hacerse cargo, sino por el peso del resentimiento que tenía sobre sí mismo tras saber que se le había arrebatado la oportunidad durante seis años der ser un buen padre para ese crío.Habría tenido apenas dieciocho años en aquel entonces. Un crío haciéndose cargo de otro, pero era su jodida decisión, nadie tuvo que haber tenido el derecho a quitársela.Joder.No me creí capaz de soportarlo de haber estado en su lugar.— ¿Qué piensas hacer? —esta vez, fui yo quien preguntó.Carlo se desplomó en su butaca y negó con la cabeza.—No lo sé — era totalmente comprensible que no lo supiera—. ¿Hacerme cargo… quizás? Decirle, Hey, crio, soy tu padre, lamento no haber estado seis jodidos años de tu vida. Sucede que la mafia es una hija de la gran puta y bueno, las circunstancias finalmente me trajeron a ti de regreso.—Es una mierda de respuesta para un niño de seis años.—En su totalidad —concordó Mauro,
BellaSucedió cuatro horas antes.Un día despiadadamente sereno.Dasha se había quedado dormida bajo la mirada atenta de Luigi después de haber sido sedada en pos de una crisis. Guadalupe y Donato decidieron dar un largo paseo cerca del rio, una costumbre que llevaban practicando cada domingo durante años. Luego cenaban en el mejor restaurante de pastas de la ciudad, tomaban dos copas de vino cada uno y recordaban su juventud con muchísima devoción.Rigo también nos obligó a comer a mí y a las chicas. Descubrimos que aquel fornido hombre de facciones cotidianamente fruncidas tenía un don oculto para la cocina y lo demostró sentándonos frente a tres platos de ensalada de « Couscous », un platillo norteafricano que lo inspiró a hablarnos de sus raíces.Y es que Rigo Mansouri era un hombre que físicamente cruzaba los treinta y mentalmente nos hacía creer que estábamos en presencia de alguien que había vivido demasiadas décadas.Nacido en Argelia. Huérfano de padre y madre con apenas doce