Ninguna otra
Gina
Todos mis encuentros con Alessio, por más insignificantes que fueran, eran demasiado intensos. Mi corazón latía a mil por hora. Aunque me moría por besarlo, no dejé que fuese tan fácil. Aquello de la lista me mortificaba y no había obtenido más que un “No quieres saberlo” de su parte. Él guardaba muchas cosas oscuras, pero quería conocerlo. Si en verdad me iba a embarcar en su mundo, debía saberlas.
—Disculpe, señorita —dije a la joven de recepción—, ¿me puede indicar dónde está la oficina del señor Alexander? Debe entregarme unos documentos.
—Claro. Al final del pasillo a la derecha —me indicó con mucha simpatía.
Si alguien sabía y tenía más que claro lo de la lista, era la mano derecha de Alessio. Quizá