Entre gruñidos y sonrisas
-¿Y se supone que ese es tu uniforme de trabajo? —preguntó Helena, alzando una ceja mientras cruzaba los brazos.
Meyrick detuvo su paso en seco frente a la cabaña, con un manojo de papeles en una mano y la camisa sin abotonar del todo. Tenía el cabello alborotado y una expresión de quien no había dormido más de dos horas.
-Es un uniforme flexible -Replicó él, sin dignarse a mirarla. -¿Desde cuándo dictas las reglas del protocolo?
-Desde que decidiste que era buena idea presentarte ante mí con esa pinta. -Le señaló el pecho descubierto y el dobladillo de la camisa metido solo por la mitad. -Pareces un leñador expulsado de la taberna por escándalo.
Meyrick la miró de reojo, suspirando.
-¿Terminaste?
-Todavía no. Tengo al menos tres comentarios más sobre tus ojeras y tu aliento a café quemado, pero puedo hacer una pausa si me das algo útil.
Él negó con la cabeza, aunque una sonrisa breve le curvó los labios.
-Viniste a burlarte de mí o a ayudarme con esto. -Leva