Capítulo 2

Bajo Alerta

El sonido agudo de los ladridos cortó la mañana como un disparo. Los gritos de una alumna también se unieron. 

Lía dejó caer el cepillo de adiestramiento que tenía en la mano y salió corriendo del corral trasero. Algo no iba bien. Sus perros rara vez ladraban sin razón, y menos dentro del área de prácticas donde los alumnos de su escuela canina solían entrenar sin sobresaltos.

-¡Muchachos! -Gritó, cruzando la reja de madera que dividía la parte techada del campo de entrenamiento.

Allí, una escena caótica la recibió: uno de los perros, un rottweiler recién ingresado llamado Bruno, tenía atrapado contra la malla a uno de los niños que adiestraba a su pequeño cachorro con la profesora de razas pequeñas. Ella estaba tratando de atraer al perro, pero el animal estaba completamente en modo defensivo.

-¡Quieto, Bruno! ¡Suelta! -Lía alzó la voz con autoridad alfa. Aunque el animal era nuevo y dudó, bastó un paso más de ella, su postura erguida, su mirada fija, y el animal soltó al niño, reculando lentamente.

Lía se arrodilló junto al pequeño, revisando que no estuviera herido.

-Solo fue un susto. -Murmuró calmandolo aliviada de que sólo su pantalón saliera dañado. Lo abrazó con suavidad y le ofreció una sonrisa firme, tranquilizadora. 

Alzó la mirada al escuchar la sirena en el patrullero estacionado en la entrada de su casa. Miró a la instructora y negó con la cabeza, obviamente no había llamado y de hacerlo no hubiera llegado tan rápido. 

La puerta del vehículo se abrió y ahí estaba él, como si el universo se empeñara en ponerla en jaque últimamente.

-¿Todo bien? -Preguntó el oficial Ryan Crow, quitándose las gafas de sol mientras se acercaba a paso rápido.

-Sí, todo bajo control. -Respondió Lía, ayudando al niño a ponerse de pie. Le acarició el cabello antes de entregarlo a la profesora, que no paraba de disculparse.

-Tengo unos papeles del Sheriff. -Comentó él mirando a Bruno, que ya había sido amarrado por su dueño. -¿Estás bien? -Preguntó más cerca y privado. 

-Estoy bien, gracias. Solo fue una reacción de estrés. No es culpa del perro. -Explicó Lía, con voz segura, pero el corazón aún le latía con fuerza. No por el susto… sino por la tensión que cargaba desde la noche anterior y que la habían puesto tan distraída toda la mañana.

Kael.

Ryan observó su rostro con atención, como si pudiera detectar algo más allá de su respuesta. Siempre lo hacía.

-Si necesitas ayuda con el informe, puedo quedarme un rato. -Ofreció, ya con media sonrisa.

-¿También eres de administración ahora, oficial Crow? -Cogió los papeles dándole un vistazo rápido. 

-Hago lo que se necesita. Especialmente si eso me da una excusa para quedarme por aquí cerca. -Lía enarcó una ceja y evadió el coqueteo.

-Sigo sin estar interesada.

-Eso me dijo tu cartel de "Prohibido molestar", pero vine de todos modos. -Bromeó.

Lía rodó los ojos, divertida a pesar del cansancio.

 Luego, en un tono más serio, añadió: -Hartville está más tranquilo desde que tú estás aquí. Sabes eso, ¿verdad? El sheriff está muy a gusto con el último trabajo en que ayudaste. 

Ella lo miró. Sabía que Ryan era más que un policía amable; era respetado en el pueblo y querido por los niños, incluso sus propios hijos lo adoraban cuando venía a visitarlos con alguna excusa tonta… era un buen hombre, pero era eso, un hombre, humano. 

Los trillizos.

Apenas pensarlo hizo que su mirada se desviara al sendero que llevaba al pueblo. Estaban en su escuela y el autobús los traería pasado el mediodía, eso la dejaba tranquila, pero el recuerdo del día anterior —del aroma de Kael, de su voz— aún le erizaba la piel.

-Gracias, Ryan. -Dijo finalmente. -Pero prefiero hacer esto sola. -Movió los papeles en mano haciendo referencia a su oferta e ignorando lo último. -Además, hay cosas que necesito resolver. -Él asintió comprensivo, aunque sus ojos decían otra cosa. Se estaba por marchar cuando regresó en sus pasos. 

-Si tienes problemas con el padre… sí ese ex del que nunca hablas está intentando  contactarte, solo quiero que sepas que tienes aliados. No todos desaparecen cuando las cosas se complican. -Lía lo miró sorprendida, ella jamás había dicho nada sobre Kael. 

La frase la golpeó con fuerza. ¿Cómo lo sabía? ¿Lo intuía? ¿O había oído algo más?

-Agradezco tu preocupación. -Respondió con un tono neutro, deseando cortar la conversación sin parecer grosera. 

Ryan respetó su decisión. Tocó el ala de su sombrero y dio un paso atrás.

-Nos vemos, entrenadora.

______________________________________________________________________

Esa noche, mientras preparaba la cena, los tres pequeños correteaban por la sala. Keith, el más observador de los tres, intentaba armar un rompecabezas con un nivel de concentración que sorprendía a cualquiera. 

Aleck, el más rebelde, trepaba al sillón como si fuera una montaña molestando a Keith, y Eliot siempre el conciliador, ayudaba a ambos sin meterse en problemas.

-Mamá, ¿puedo ir con Ryan mañana a ver los caballos de la comisaría? -Preguntó Aleck, asomando la cabeza desde detrás de la silla.

-¿Desde cuándo haces citas con el oficial? -Preguntó Lía, divertida.

-Él dijo que los caballos también son como perros grandes. -Respondió Keith, sin levantar la vista del rompecabezas.

-Y que tú eres la mejor entrenadora del mundo. -Añadió Eliot con una sonrisa.

Lía se detuvo, cuchara en mano, con la garganta apretada, pero feliz de ver todo el panorama de su casa. Era una noche normal, como la de cualquier casa de Hartville, de cualquier familia humana. 

“No tienen idea de lo que realmente son.” Pensó Lía… miró a sus hijos. Todos esos años lo había pensado, pero con el reciente encuentro con Kael lo había confirmado, sus hijos eran iguales a su padre, mismos ojos almendrados, mismo cabello castaño, salvaje para ser peinado. 

“No… No tienen idea de lo que realmente son.”  Se repitió.

Crecían sanos, fuertes, con sentidos agudos y una sensibilidad fuera de lo común. A veces hablaban entre ellos sin palabras o sentían cuando alguien mentía, como si pudieran leer el corazón de los adultos.

Todo eso, sin saber la verdad y que las personas lo normalizaron adjudicando ser “esa conexión especial” de los niños que nacen juntos. 

Esa noche, cuando los tres estuvieron dormidos, salió al porche de la cabaña. El aire frío de la noche le revolvió el cabello y le hizo cubrir su cuerpo con el cardigan que traía puesto. Miró hacia los árboles, al profundo bosque…

-No voy a dejar que nos arrebaten esta vida… -Murmuró, como si Kael pudiera oírla desde las sombras.

Porque tal vez lo hacía. Tal vez ya estaba más cerca de lo que Lía creía…

Sigue leyendo este libro gratis
Escanea el código para descargar la APP
Explora y lee buenas novelas sin costo
Miles de novelas gratis en BueNovela. ¡Descarga y lee en cualquier momento!
Lee libros gratis en la app
Escanea el código para leer en la APP