Alexandre
Recostado en el sofá, con el vaso de whisky entre los dedos, giraba el líquido mientras mi mente insistía en volver a ella. En la forma en que estaba sentada en ese mismo sofá, horas atrás, con esos ojos castaños tan expresivos fijos en mí. Ojos que decían más que cualquier palabra que se atreviera a pronunciar. No necesitaba hablar mucho. Bastaba una mirada. Un leve inclinar de cabeza. La manera en que mordía el labio inferior al notar que la observaba. Su mirada era hambrienta, curiosa y peligrosamente tentadora.
Jaqueline llevaba un top corto blanco de encaje que parecía hecho a su medida, resaltando sus pechos medianos y firmes, que se alzaban con la respiración agitada. La piel morena de su abdomen plano, tensa en su perfección, aceleraba mi corazón. El pantalón de mezclilla abrazaba sus curvas hermosas, las caderas generosas, el trasero levantado.
Recordé el momento exacto en que se estremeció cuando me quité la camisa, dejando al descubierto mi pecho y los brazos marc