Jaqueline
La sala de reuniones estaba en silencio, iluminada por la luz suave que atravesaba los amplios ventanales de vidrio. Organicé las carpetas meticulosamente sobre la larga mesa, ajustando la posición de cada una como si el alineamiento perfecto pudiera calmar mis pensamientos inquietos. El famoso acuerdo mencionado por Alexandre resonaba en mi mente. Me mantuve tan absorta, tan hundida en mis dudas, que no escuché cuando la puerta se abrió.
—¿Jaqueline? —una voz masculina llamó mi atención, sacándome de mi distracción.
Me giré sobresaltada y me encontré con Estevão. Siempre impecable, con esa sonrisa fácil que le era tan natural.
—Hola, ¿cómo estás? —me preguntó con una mirada amable, ajustándose las gafas—. Como siempre, haciendo tu trabajo con excelencia. Por eso Alexandre no deja de elogiarte.
—Gracias... me alegra saberlo —respondí con una sonrisa tímida, algo sorprendida.
La conversación entre nosotros seguía ligera, casi relajada, mientras los demás no llegaban. Entonce