—Mierda, esto apesta maldita sea.
El frío de la celda no era nada comparado con el frío que sentía en el alma. La soledad me daba tiempo para pensar, y aunque siempre creí que era un hombre que sabía cómo manejar sus emociones, ahora era evidente que no podía escapar de los recuerdos que me atormentaban. Winnie... William... todo lo que tuve y lo que destruí con mis propias manos.
Siempre fui un hombre orgulloso, o al menos eso creía. Cuando conocí a Winnie, ella era todo lo que un hombre podía desear. Hermosa, inteligente, muy estrecha, buen cùlö y buenas tëtäs, con un carácter fuerte pero dulce a la vez. Me veía como si fuera un héroe, alguien capaz de hacerle frente al mundo por ella. Y al principio, me gustaba ser ese hombre. "Al principio", qué irónico suena ahora. Me encantaba escucharla gemir, llorar y pedirme que me detenga. La ponía en la posición que más quería y ella obedecía como un cordero al matadero. De sólo besarla ya estaba mojada, me deseaba y ese poder que tenía sob