La nieve caía como en esas películas navideñas cursis que tanto me gustan, cubriendo todo con un blanco perfecto. Desde la ventana de la sala, veía a Benjamín y William cargando cajas del desván, luchando con el peso como si estuvieran en una misión épica. Emma de dos meses de nacida, dormía en mis brazos, completamente ajena al caos que sus dos hombres favoritos estaban a punto de causar.
—¿Estás seguro que no romperás las luces, William? ¿Y no llorarás cuando termine de decorar? Si no estás seguro podemos dejarlo para otro año—bromeó Benjamín, mirando a mi hijo con esa mezcla de paciencia y diversión que solo él sabe manejar.
—¡No...realmente quiero que Emma vea el árbol! —protestó William, poniendo cara de indignado. Aunque, para ser honesta, claro que le costó aceptar el pasado y comenzar de nuevo, mi hijo es realmente adorable.
Ben soltó una carcajada mientras William trataba de arrastrar una caja que claramente pesaba más que él. Me costó no reírme también, pero Emma decidió en