No sé en qué momento se mudó, pero mi nuevo vecino resultó ser un tipo llamado Caleb Robin.
Desde que se mudó, mi casa se llenó de risas que hacía mucho no escuchaba.
Veíamos películas, comíamos juntos, viajábamos… como si fuéramos amigos de toda la vida. Estar con él se sentía tan natural, me sentía muy cómoda.
En las notas de su celular, él iba anotando las cosas que me gustaban y las que no.
Cada vez que me venía el periodo, él, sin decir nada, me preparaba la comida con todo el cariño del mundo.
En algunos momentos, me distraía tanto que hasta llegaba a confundir su sombra con la de Andrew Merino.
Pero sabía que no eran iguales.
Caleb era atento, cálido, y jamás perdía la paciencia con nadie.
Recuerdo que alguna vez me dijo que había alguien que le gustaba.
Después de una pequeña inundación en los apartamentos, me vi obligada a vivir bajo el mismo techo que él.
El momento en que más se me aflojaban las lágrimas era cuando veíamos películas románticas después de cenar juntos.
—¿La c