Volví a casa un poco antes y empecé a empacar mis cosas.
Fui a la cocina, saqué los ingredientes y me puse a hacer la cena.
Cuando casi estaba lista, Caleb llegó a casa.
Se sentó en silencio a la mesa, observándome mientras me ocupaba con las ollas y sartenes.
Le puse un plato humeante de tacos de pollo. Lo miré mientras devoraba frente a mí.
Cada bocado parecía decirme lo mucho que le gustaba.
—Mali, tranquila. Esa gente … ya no te va a molestar más —dijo Caleb, como si hablara del clima.
Al ver que no respondía, levantó la cabeza para mirarme.
—Esta será la última vez que comamos juntos.
Lo miré como si nada, con una sonrisa tranquila, observando cómo comía.
—Malaya, estás diciendo cosas muy raras últimamente. Pero si se pudiera… solo si se pudiera, podrías pensar en mí —dijo de repente.
—¿Y esa persona que te gustaba? ¿Ya no vas a ir tras ella?
Lo miré fijo, y él no apartó la mirada de la mía.
—Si no hubiera dicho eso en su momento, jamás me hubieras dada algo de confianza.
Los homb