Al día siguiente. Tal como prometió, Andrés llegó a la Mansión Gómez. Bajó de su lujoso auto, vestido con un traje negro que lo hacía lucir aún más noble y misterioso bajo el sol del atardecer.
Entró en la villa esperando enfrentar la ira de Diego y el llanto de Julia, pero no fue así. Diego no estaba en casa y Julia estaba en el comedor tomando suplementos nutritivos. Andrés entró al comedor con pasos suaves pero imponentes.
—¿Dónde está tu padre? —preguntó, planeando hablar con Diego sobre el asunto.
—Fue a ver a mi abuela. No se encuentra bien últimamente —respondió Julia.
Andrés se sorprendió por su actitud dócil. Ayer estaba tan alterada y hoy parecía tranquila.
Se sentó frente a ella, la rodeó con sus brazos y mirando su rostro blanco dijo:
—¿Entendiste todo lo que te dije ayer?
Julia, sin resistirse a su abrazo, asintió. —¿Estás de acuerdo?
Ella volvió a asentir. Andrés, asombrado, preguntó: —¿Por qué de repente eres tan obediente?
—De todos modos no puedo resistirme a ti —respo