Helios regresó al penthouse como lo hacía siempre después de un largo día de trabajo. A pesar de las complejidades que envolvían su vida profesional, cuando cruzaba el umbral de su hogar, el ambiente cambiaba. La atmósfera era cálida, reconfortante, y todo eso se debía a la presencia de Herseis. El bullicio de la ciudad y los intrincados juegos de poder del mundo financiero quedaban atrás, siendo reemplazados por una calma que solo ella le proporcionaba.Llevaba en la mano un pequeño chocolate, algo que había convertido en una costumbre diaria. No era una gran ofrenda, pero era un gesto cargado de afecto. Una manera sencilla de recordarle a Herseis que pensaba en ella, incluso en los momentos más triviales de su día. Al entrar en la sala, la vio sentada en el sofá, con una apariencia de serenidad que lo calmó de inmediato. Su vientre prominente, señal del hijo que esperaban juntos, era una visión que siempre le provocaba una mezcla de asombro y felicidad.Se acercó sin hacer ruido, in
Herseis caminaba por el amplio vestíbulo del banco Leona con la gracia y la seguridad de una mujer que sabía quién era y cuál era su lugar en el mundo. La luz que entraba por los ventanales altos iluminaba su figura mientras se movía con elegancia entre los empleados que, desde hacía tiempo, habían aprendido a respetarla no solo como su jefa, sino como una persona que sabía liderar con empatía y firmeza. Había trabajado mucho para llegar hasta donde estaba, y cada paso que daba en su puesto como gerente era el fruto de años de esfuerzo y superación personal.Sin embargo, ahora había algo más que marcaba sus días, algo que había intentado mantener en secreto durante las primeras semanas pero que ya no podía ocultar más: su embarazo. Aunque su atuendo profesional, cuidadosamente elegido cada día, trataba de disimular su vientre creciente, sus empleados ya habían empezado a notar los pequeños cambios en su figura. Las miradas de curiosidad y las sonrisas tímidas empezaban a volverse más
El salón del club del té, decorado con elegancia y finos detalles, parecía respirar con una atmósfera más tensa de lo habitual después del comentario de Eleanor. Las tazas de porcelana reposaban delicadamente en sus platillos, mientras las demás mujeres, incluidas Sofía y el resto de las socias, intercambiaban miradas de asombro. La revelación había caído como una pequeña bomba en medio de la conversación, y aunque los modales exigían que mantuvieran la compostura, todos sabían que acababan de entrar en un terreno delicado.Eleano, altiva y llena de orgullo, observaba a Herseis como si esperara verla desmoronarse. Creía que al mencionar a Edán, su actual esposo, podría obtener una reacción de incomodidad o resentimiento. Después de todo, en el pasado, Herseis había sido su rival, y ahora que estaba casada con su exmarido, pensaba que ese triunfo le daba una ventaja moral.—Edán Grey… —murmuró Sofía, claramente sorprendida, mientras se reclinaba ligeramente hacia adelante, intrigada po
Herseis se detuvo y miró por encima de su hombro. Le hizo un gesto a sus guardaespaldas para que se alejaran un poco.—¿Qué se te ofrece, Eleanor de Grey? —preguntó Herseis al darse vuelta hacia ella.—Ahora te crees la gran cosa porque eres gerente, estás embarazada y tienes un marido que sabrá Dios quién es —dijo Herseis con antipatía y molestia evidente.—En efecto, ahora soy importante. ¿Por qué? ¿Me tienes envidia? —preguntó Herseis con orgullo y firmeza. Alguna vez se había sentido poca cosa, menos mujer y alguien sin ningún tipo de dignidad. Pero Helios Darner la había hecho renacer en todos los aspectos.—¿Envidia de ti? Por favor, solo eres una esposa engañada, una mujer infértil y una cajera sin relevancia —dijo Eleanor con la idea de ofenderla y humillarla.—No puedo objetar eso. Es mi historia. Sin embargo, eso es lo que fui. Ahora, soy una esposa querida, una mujer embarazada y una gerente de un banco —respondió Herseis con astucia y determinación—. Los tiempos cambian. N
Los escoltas de Herseis dieron un paso más hacia adelante, esta vez tensando los músculos como si se prepararan para intervenir. Uno de ellos, una mujer de apariencia severa, miró a Eleanor con una advertencia clara.—Señora Whitmore —dijo la escolta con voz grave, sin dejar de observarla atentamente—. Le sugiero que retroceda y se retire. No queremos causar un incidente. Pero si continúa con esta actitud, nos veremos obligados a intervenir.Eleanor miró a las escoltas con desprecio. Sabía que ellos podían detenerla si daba un paso en falso, pero su orgullo herido le impedía detenerse. Apretó los labios con rabia contenida, lanzando una mirada de desafío a Herseis. Por un momento, el ambiente parecía detenerse, la tensión en el aire era palpable, como si el más mínimo movimiento pudiera desencadenar un enfrentamiento.Pero Herseis, imperturbable como siempre, dio un paso adelante, acercándose más a Eleanor. El contacto visual entre ambas era tan intenso que parecía que se libraba una
Helios la guio suavemente hacia el comedor, donde ya les habían preparado la cena. El ambiente era íntimo, con luces tenues y una mesa sencilla pero elegante. Helios siempre cuidaba esos detalles, como si quisiera que cada momento juntos fuera especial. La cena transcurrió en un cómodo silencio al principio, compartiendo miradas y pequeños gestos. Herseis sentía que, con él, las palabras no eran necesarias. Después de todo, la conexión que tenían trascendía lo verbal.Mientras comían, Helios mantenía esa mirada observadora y atenta hacia ella. Se notaba en su actitud que, aunque no preguntara mucho, siempre estaba al tanto de lo que sucedía en su vida.—¿El club del té fue tan desafiante como esperabas? —preguntó Helios finalmente, tomando un sorbo de vino.Herseis sonrió ligeramente, recordando el intercambio con Eleanor.—Sí, Eleanor sigue siendo la misma. Pero ya no tiene el mismo poder sobre mí. No me afecta.Helios asintió, como si esa respuesta fuera justo lo que esperaba de ell
La pregunta, cargada de incredulidad y cierto tono de acusación, la dejó estática por un momento. No era el encuentro que esperaba tener, y mucho menos bajo esas circunstancias. El hecho de que Edán todavía tuviera la osadía de cuestionar su vida, su cuerpo, era casi insultante. Herseis sintió un escalofrío recorrer su cuerpo, no de miedo, sino de incomodidad. Ya habían pasado varios años desde que la vida los había separado, y desde el breve encuentro en el centro comercial durante aquella situación humillante con la hermana de Helios, no habían vuelto a hablar.Respiró hondo recomponiéndose rápidamente. No iba a permitir que Edán la desestabilizara. No ahora. No más. Su vida había cambiado drásticamente, y aunque todavía lidiaba con las secuelas emocionales de su relación fallida, el peso de esos años de amargura ya no la hundía. Había encontrado en Helios una estabilidad y seguridad que le habían permitido reconstruirse desde las cenizas.—Es el tratamiento, nutrición, ejercicio y
La calidez que irradiaba su tono y la firmeza de su presencia hicieron que el corazón de Herseis se relajara de inmediato. La sonrisa que le ofreció no era solo una respuesta a su pregunta, era también una reafirmación silenciosa de lo que él significaba para ella: seguridad, tranquilidad, todo lo que alguna vez había necesitado.—Sí. Gracias. No ha pasado nada —dijo ella, esforzándose por mantener su voz estable. Sus palabras eran serenas, aunque dentro de ella aún se agitaban los residuos de la tensión vivida minutos antes. Pero la cercanía de Helios bastaba para disipar cualquier resto de ansiedad.—Otra vez tú, niño. Ella es mi esposa y tenemos asuntos pendientes —interrumpió Edán, con su voz cargada de cinismo, como si ignorara deliberadamente la realidad de su vida actual.Edán, que había sido quien la traicionó, ahora se atrevía a reclamarla como si aún tuviera algún derecho sobre ella. Como si los años, las mentiras y las heridas que había dejado no contaran.Helios no se inmu