Capítulo 27.
AMARA CORTÉS.
Enciende la luz. Me asombra el cuidado que tiene con todo, no quiere tener que deberle nada a nadie.
— Ven.
Lo persigo hasta llegar a una mesa cerca de la ventana desde donde puedo ver lo hermoso que está el centro de nuestro pueblo hoy. Dejo las cosas encima de la mesa y pongo un lápiz tras mi oreja.
— ¿Aún sigues triste? —Pregunta haciendo que levante la cabeza de los libros.
— Creo que no puedo dejar de estar triste. —Respondo encogiéndome de hombros. — Supongo que siempre voy a tener una pequeña espina dentro de mí.
— Eso pasa cuando te quedas con mal sabor de boca. Cuando no puedes hacer algo que llevas tiempo deseando hacer.
— ¿Tú también lo has sentido?
Posa los codos en la mesa e inclina su cuerpo acercándose a mí. Responde con la cabeza y sonríe.
— De hecho lo sigo teniendo. —Confiesa— Siento que debí hacer algo cuando pude hacerlo.
— Deberías haberlo hecho entonces. Ahora no tendrías esa sensación.
— Siempre voy a tener esa sensación.
— ¿Qué es lo qué deb