La droga

Lexie salió vestida de cuero color negro, iba bien maquillada y peinada con el cabello en un moño y lentes oscuros. Se acomodó la cadena mientras caminaba a paso seguro hacia las mujeres; algunas putas, otras prepago y las que más le dolían las esposas. Esas pobres almas puras y angelicales que a veces se engañaban con la historia de que sus hombres son electricistas o los del aire acondicionado. Lo que pasa es que para estar en esta fiesta necesitas saber cuán adentro estás tú, tu esposo y tus hijos. 

Todos se le quedaron mirando, hombres y mujeres. Los primeros porque estaba buenísima y parecía que no podía manejar el arma que llevaba apuntando al cielo y las segundas porque para ellas se había vuelto locas. Jamás le levantaban la voz a esos machos irremediables mucho menos retarles o creer que podía mandarles.  Lexie observó a todas las mujeres, pero ninguna tenía cara de mártir, unas se veían muy putas, otras demasiado chulas, y las prepaguito con sus opera
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