87. Hola, pequeñito
Más tarde, cuando ya anochecía, permitieron el acceso a las visitas. Alexia se emocionó. Quería estar para su cuñada. Su hermano así lo querría. Ya había visto a su sobrino a través del cristal de los cuneros hace un par de horas.
Era un bebé precioso; y aunque estaba demasiado pequeño, no dejó de sorprenderla por lo fuerte y sano que lucía.
Entró a la habitación, despacio, tímida y sin hacer mayor ruido.
— ¿Puedo pasar? — preguntó quedamente.
Calioppe alzó la vista. Sus ojos brillaron. Al fin un rostro familiar. Había estado rodeada de enfermeras durante toda la tarde.
— Sí, por favor — respondió con una pequeña sonrisa. Seguía adolorida de pies a cabeza.
Alexia se sentó en una silla que estaba al lado de la cama.
— ¿Cómo te sientes? — le preguntó. Con ella era muy fácil hablar, y a diferencia del resto, se sentía en paz, tranquila, familiarizada.
— Bien, un poco adolorida, pero bien — dijo lentamente —. Mi bebé… ¿Sabes cómo está? Las enfermeras me dicen que bien, pero no me d