38. Quiero que sufras
— Vamos, Lilo. ¿Te comió la lengua el ratón? — preguntaron desde el otro lado de la línea en tono mordaz.
Ella pasó un trago. No respondió.
— Querida, sé que no esperabas mi llamada, pero es de mala educación dejar a la otra persona hablando sola. ¿Tu adorada mami no te enseñó modales?
— ¡No menciones a mi madre! ¡No tienes derecho! — gruñó entre dientes.
— ¡Vaya, por fin! Mira que estaba a punto de darme por vencida y colgar.
— ¿Qué es lo que quieres, Tiara? ¿Por qué me llamas? — quiso saber. Era la última persona en el mundo con la que deseaba hablar.
— No te creas que me hace muy feliz perder mi valioso tiempo contigo — le dijo de mala gana — Pero me he enterado de un par de cosas que me han tenido inquieta toda la mañana.
— ¿De… de qué hablas? — musitó, desconcertada. ¿Por qué le importaría a ella lo que le inquietara en su día a día o no?
— De ti, Lilo, hablo de ti. Me enteré de que eres feliz con tu nuevo marido y, ¿qué crees? — chasqueó la lengua — No puedo permitirlo. N