—¡Deja de ser tan metida! —espeta su tía con rabia—. Lo que hayamos hecho con el dinero no es asunto tuyo.
Isabella siente el ardor en su piel, pero más que el golpe, le duele la indiferencia con la que todos aquí la tratan. El amor que alguna vez creyó iba a recibir de ellos no fue más que una ilusión.
Aprieta los labios y contiene las lágrimas. Ya no sirve de nada discutir. Hace tiempo que esa confianza que tenía puesta en ellos, desapareció. Con la mejilla aun ardiendo por la bofetada de su tía, sus manos a sus costados tiemblan de rabia e impotencia, pero se niega a derramar una sola lágrima más frente a ellos. No les dará ese placer.
Unos pasos en la escalera llaman su atención. Al levantar