Bella abre la boca, lista para responder algo, pero se contiene. En su lugar, se gira hacia la ventana del auto y observa en silencio el paisaje nocturno de la ciudad. Las luces de los edificios, los faroles y el leve reflejo de los semáforos en el cristal le ofrecen un respiro. No recuerda la última vez que se sintió tan drenada emocionalmente.
El vehículo ya está en marcha, deslizándose por las avenidas como si Benedict conociera cada uno de sus destinos.
—Olvidé abonar por la prenda o al menos dejar mis datos para que me envíen la factura —murmura con suavidad, sin esperar respuesta.
Pero él la escucha.
—Yo me encargaré de eso —responde sin mirarla—. No te preocupes.