El sol ya se había ocultado tras las montañas cuando Tabar dejó a Jabari ebrio durmiendo en el sillón de la oficina. Con paso tranquilo inicio el camino de regreso a sus aposentos. El licor de dátiles le había hecho doler la cabeza pero sentir la fría piedra basáltica bajo los pies descalzos lo ayudaba a aclarar la mente.
—¿Cómo hago?¿Cómo le pongo fin a mi penitencia?—Su pregunta había sido sincera, casi desesperada.
—Debes ser honesto con Zarah. Eso es lo primero que debes hacer. Es una buena mujer que se preocupa por ti, merece saber con que está lidiando. No la dejes creer que ella es el problema. No es su trabajo salvarte de tus fantasmas, no puede empuñar esa espada por ti, pero siempre es tranquilizador tener alguien que te cuide las espaldas en medio de la batalla ¿No crees?
La respuesta de Jabari seguía dando vueltas en la mente de Tabar. No quería mentir más a su esposa, pero no se trataba sólo de una cuestión de honestidad. Era la vergüenza la que lo paralizaba, la que