Capítulo 40

Simone.

La felicidad huele a rosas, claveles y violetas, todas mezcladas con la fragancia de Edmond, con cada beso cargado de amor. Es dicha lo que recorre mi cuerpo, lo que activa mi mente y me recuerda que a pesar de contarle la verdad, él me eligió; dispuesto a quererme a reparar mis grietas, a amarme como soy. No deseo más en esta vida. Solo a él, y lo que provoca cuando estamos juntos. Rodamos sobre los pétalos, entre besos y caricias, sonreímos como niños, disfrutamos el momento como si este fuera el juramento de hacernos felices por el resto de nuestras vidas, solamente ruego al destino que esta sea mi verdad, que estreteja los hilos al lado de Edmond, que no se escape de mis manos.

—Deja que te coloque el anillo —pide él.

—Prefiero seguirte besando.

Él sonríe, besa mi frente y me ayuda a incorporarme, pone el anillo en mi dedo anular, la piedra resplandece tan roja como los pétalos que yacen en el suelo. Besa la joya, luego mi mano; mi corazón no ha dejado de saltar con vigoro
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