La felicidad prestada
La felicidad prestada
Por: Bella
Capítulo 1
Así fue como terminé bajo la lluvia, parada en las escaleras, a unos cincuenta metros del castillo.

Observaba en silencio a mi prometido, Lucas, mientras le ponía un anillo a Fiona, esa chica tan adorable y encantadora, elegante con su vestido blanco de novia.

Fiona, sonrojada, tomó el anillo, lo miró fijamente, tapándose la boca, e hizo un tímido gesto de alegría .

Antes de que pudiera reaccionar, Lucas, incapaz de contenerse, la abrazó con toda su fuerza.

Entre las bromas y las risas de los presentes, empezaron a besarse apasionadamente.

Se besaron durante casi diez minutos, hasta que Fiona, totalmente extasiada, no pudo mantenerse más en pie. Finalmente, Lucas la soltó, respirando entrecortado.

El viento de otoño soplaba suave, y las luces cálidas comenzaron a brillar, bañando el castillo con un dorado resplandor. Fue entonces, bajo esa luz tenue, cuando me fije en que mis familiares y amigos estaban todos allí, siendo partícipes de esa farsa.

Mi hermano menor, Marco, a quien siempre había protegido con mi vida, también estaba presente. Y para mi sorpresa, él era el maestro de ceremonias de la boda.

Iba impecablemente vestido, y sus ojos no tenían otro foco más que Fiona, su hermanastra. Al parecer olvidaba que, cuando éramos niños, casi nos matan a golpes en aquella escuela, todo por culpa de Fiona y su madre.

—¡Que sean felices para siempre, hasta que la muerte los separe! —gritó Marco, lleno de entusiasmo.

Justo en ese momento, el cielo se llenó de fuegos artificiales, iluminando el cielo con su resplandor.

Bajo esas luces, Lucas levantó a Fiona en un abrazo de princesa.

Al ver esto, Marco se emocionó aún más y, con la voz quebrada, gritó:

—¡Felices para siempre!

La soledad, pesada y abrumadora, logró hacer que todo el ruido a mi alrededor se desvaneciera. Sentía que me ahogaba, como si la gravedad me empujara hacia el suelo con el triple de fuerza. En ese momento, casi sin pensarlo, saqué el celular y marqué el número de Marco.

Mi hermano, que siempre me había jurado lealtad, me colgó sin pensarlo.

Sin dudar, marqué el número de Lucas.

Al ver que era yo quien llamaba, su cara palideció al instante. Intentó colgar, pero después de que Fiona le dijo algo, él, molesto, contestó.

Con voz suave, le pregunté:

—¿Dónde estás?

Frente a todos, Lucas se rio con desprecio y me respondió con desdén:

—¿Otra vez espiándome? ¿No te has calmado todavía, Celia? ¿De verdad eres tan necesitada de amor? ¿Acaso no puedes vivir sin un hombre?

—Ya te lo dije, vine con Fiona al castillo a ver los nuevos hallazgos. Tú, siempre con la cabeza llena de ideas sucias, metiendo tus líos amorosos en cosas que nada que ver.

Sus palabras me azotaron como una ola, frías y crueles. Pero, a pesar de todo, en mi corazón aún quedaba algo de apego, un no sé qué que me costaba aceptar. Con la voz rota, susurré:

—Pero Lucas, hoy era mi cumpleaños…

Me prometiste que, sin importar el cómo, siempre estarías a mi lado para celebrarlo.

Por eso, aunque estuvieras a mil kilómetros de distancia, tomé más de diez transportes distintos, caminé cinco kilómetros y crucé el bosque con miedo, solo para verte.

Hasta que un hombre del pueblo me dijo que aquí no había hallazgos arqueológicos. Solo un matrimonio. Un tal señor Herrera estaba celebrando su boda en el castillo, y llevaba medio año planeando la unión con su prometida.
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